Gone with the wind

Día 35

No hay coincidencias. Mi mente criminal me dice que es imposible que esa carta no haya sido leída hasta ayer. O incluso que haya sido leída. En fin. ¿De donde salían tantas similitudes entre nuestras conversaciones y lo que allí está escrito? Demasiada desconfianza para una sola persona.

La verdad ha sido dicha. Era cuestión de tiempo que se afrontara y no solo se sobreentendiera. Quisiera decirte más de lo que lees allí, si en verdad has leído. Y decirte que si algo cambia, no son las cosas. Las cosas son inmutables. Cambian las personas. Nada es más constante que el cambio. Y muchas veces, por no decir todas, cambiar es progresar.
Tal vez sea hora de seguir adelante, convencidos de que es posible sentir algo más que esa agonía perpetua de la incertidumbre.


Si tuviera el poder de compeler seria tal cual este momento:



No habría noches de desvelo pensando que piensas tú. No habría remordimientos sobre lo dicho o lo callado. Pero quedaría la satisfacción de liberar el alma del peso de los secretos. Y luego volveríamos a la vida normal hasta que la compulsión se desvanezca, si acaso. Pero ya no quedaría de mi parte. Eso es más de la fantasía de siempre. En el mundo real, o al menos esta abstracción que vivimos, tu eres tú y yo soy yo. Simples mortales con pocos poderes mentales. Yo no puedo persuadirte a ti, ni tú a mí, a creer en nada. Sino en la medida que una persona es ensenada, y practique sobre esa idea, puede entonces creer.

De los giros de la vida todos hemos aprendido. El tuyo le llamas “your own prívate Hiroshima”. Yo, por cuestiones obvias, lo llamo “Getsemaní”. Digo obvias porque se mas de religión que de Historia Universal. Mientras el tuyo es metafóricamente la ablación de todo lo que era y dejo de ser, el mío es más un sufrimiento espiritual, ese que no se hace vicariamente, porque se necesita de la voluntad absoluta.

Allá estas. ¿Y donde estas? Es impreciso saberlo a estas horas aun. Habiendo pisado esas tierras hace ya rato, pero cuál será la necesidad de no ser molestado que prefieres otorgar el silencio de los condenados. He sabido entender que no logro entenderlo. Pero dice la escritura, “si eres arrojado al abismo; si las bravas olas conspiran contra ti; si el viento huracanado se hace tu enemigo; si los cielos se ennegrecen y todos los elementos se combinan para obstruir la vía; y sobre todo, si las puertas mismas del infierno se abren de par en par para tragarte, entiende, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien.” Calla. Enmudece. La palabra suele ser fuente de malentendidos. 

No es inédito el hecho, inferí que así sucedería. No tengo, he dicho, las armas para luchar contra espectros del pasado. Hoy ganan la batalla. Pero la guerra se sigue peleando. Y será una lucha diaria por no morir. Aunque si muero, no me habré ido sin haber hecho mi esfuerzo de hacerte saber lo que ya de antemano era bastante obvio. No hacía falta una epístola llena de sandeces, de adornos, de parafernalia. Pero es menos crudo hablar de esas cosas llenándolas de ornamentos.

Así se cumple este ciclo. Tu estando más cerca que antes, pero más lejano que nunca. Al final, sin saber donde estas.



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