Brethren, Adieu!
Hoy ya no existe esa desolación amarga que parece que desgarra el alma, que despega la carne, los huesos y coyunturas del espíritu para torturarlo en un infierno mental que muchas veces ni existe. Hay solo resignación. De que el tiempo se ha cumplido. Es ver en un reloj de arena los últimos granos caer. Es aceptación de que los designios se cumplieron todos. Y ahora solo queda esperar.
Esperar en la desesperanza. En el desconcierto de saberse en soledad.
Me enloquece un poco la idea de perderlo todo de golpe. Que no hubo tiempo para acostumbrarse a una u otra, sino que todas las ausencias se juntaron entre sí. Me da miedo quedarme solo conmigo mismo. Y mis ideas. Y mis voces. Y mis fantasmas. Me da miedo la nada. El deambular para huir de realidades. Las noches de pensamientos interminables. La misma miseria. Mi mismo claustro. Mi celda espiritual. De esa de donde me escapaba a ratos.
A lo mejor sea ese el problema. Seguir confiando que mi salvación viene de otros, los que vienen y van.
Que no tenerlos me demuestra que son lo único a lo que me aferro para anclarme en puerto seguro, y no tenerlos es navegar en medio de tempestades. Que a medida que envejezco, mis miedos son mas infantiles.
Lidiaría con mejor ánimo la decepción de la no presencia, si en realidad ninguna otra perturbara ese duelo. Pero la molestia de las multitudes innecesarias es una de las cosas que mas detesto. Aquellas que no te brindan un minuto de paz, que atosigan, que ahogan, que quieren imponerse porque se saben desplazadas, prescindibles, no admitidas.
Será interesante conocer nuevos límites para la cordura. Todo se ha consumado.
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