Despedidas
Souviens-toi
Etait-ce mai, novembre
Ici ou là ?
Etait-ce un lundi ?
Je ne me souviens que d'un mur immense
Mais nous étions ensemble
Ensemble, nous l'avons franchi
Reviens-moi
De tes voyages si loin
Reviens-moi
Tout s'ajoute à ma vie
J'ai besoin de nos chemins qui se croisent
Quand le temps nous rassemble
Ensemble, tout est plus joli.
Para algunos como yo, eso del don de la palabra es a
veces relativo. No soy un hombre elocuente, a pesar de las muchas cosas que
tenga para decir. Y me resulta tremendamente más fácil escribir porque me
brinda control sobre lo que pienso, y en muchos casos me da más claridad en mis
ideas. Además, me siento más valiente de esta manera. Porque la única evasiva
que pudieras dar es no leer nada, y yo no tengo que saberlo.
Según dice la
psicología, solo se necesitan 21 días para adquirir un nuevo hábito. Pero
habituarse es más que un acto de costumbre. Implica además, una cierta
necesidad. Y la necesidad es apego. Es buscar en los demás eso que llena las
expectativas personales de afecto, de compañía… es adueñarnos o desear algo
para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes. Las
relaciones humanas son diversas y complejas. Y a pesar de ello, ninguna persona
deja de buscar esa interacción. Estamos codificados para encontrar plenitud en
nuestras asociaciones. Y creo que cada persona en este paseo de la vida tiene
más un para qué y no tanto un por qué.
Insistir en lo
que me inspiras es algo redundante, porque va más allá de sentirse atraído, o
de “percibir el sabor de las cosas”. Incluye disfrutar de todo lo que eres, o desear
que las brevísimas horas contigo fueran momentos que no fenecieran en un “¡Bueno..!”
cerca de la medianoche. Sin embargo, me temo que el tiempo a veces debe bastar
para que no se agote esa sensación. Porque, matemáticamente hablando, mis penas
parecen multiplicarse por cero cuando te tengo cerca. Y aunque decirte todo
esto puede ser repetitivo y aburrido, uno va buscando esa manera de
desahogarse, de encontrar reciprocidad. Mis muchas inseguridades me hacen dudar
si he malinterpretado la infinidad de detalles que me hacen caer en cuenta que te
considero extraordinario dentro de mi mundo ordinario. Porque a veces uno
encuentra sin buscar, solo para entender que es lo que siempre ha buscado.
No creo en
apologías del sentimentalismo. Pero a veces hay que darse licencia de sentir
sin dar excusas. Sin disculparse. Sin avergonzarse. Porque si uno tiene suerte,
sentirse así puede ser cuestión de un par de veces en la vida cuando mucho. Me
gusta lo que eres, y como eres. La sencillez de tu vida, la sinceridad de tus
palabras, la profundidad de tu intelecto, tu amplísima cultura y conocimiento
del mundo, la simpleza de tu buen humor, tus historias, tu buen cine, tu música
que me alegra un poquito la vida, y que es placer culposo al que acudo para
recordarte, esa compota de frutas de aquel día, después del cine, el Mousse de
Magret con pepinillos, ¡no los americanos!, nuestras lecciones de francés, o el
‘deporte’ como le llamas, aprender a multiplicar como los ¿egipcios o fenicios?,
o la rapidísima multiplicación por 11, o la división de fracciones usando
factores primos, o idiotamente sorprenderme con la tabla de logaritmos de John
Napier… o simplemente sentarme a tu lado en silencio, sobre ese sofá donde
siempre se me detiene el mundo, mientras pienso en la relatividad del tiempo. Y
observarte. Como fotografiándote mentalmente para que cuando me hagas falta
pueda recordarte, porque no tengo derecho a extrañarte, y mucho menos a decirte
que te extraño.
Y aunque no
exista ninguna prerrogativa, dejar de estar contigo es volver al limbo de mis incertidumbres,
y de no saber precisamente qué derechos tengo -si es que tengo alguno- qué me es
lícito y qué me es prohibido. Y no saber si es correcto acostarme pensando en
ti, e inevitablemente despertarme con el mismo pensamiento. Sentir la constante
duda de escribirte o no, para que sepas que de vez en cuando se me escapa la
mente hacia donde tú estás, y al final decidir que no es apropiado invadir
constantemente el tiempo y espacio de otro sin consentimiento. Y encontrar
coraje para hacerlo eventualmente, aunque las respuestas lleguen después de
siglos de ansiosa espera.
En este punto
de mi vida busco ya no ser un “vecino” itinerante que aparece de vez en cuando
un par de horas. Pero dudo si nuestras expectativas son diametralmente
opuestas. O al menos nuestros intereses. O a quien los dirigimos. Y lo digo sin
animosidad, solo que llega un tiempo que la vida te exige no andar con
presunciones.
Sé que nuestros
mundos colidan: Yo inmensamente aburrido, sin tema de conversación, sin
historias que compartir. Como si hubiera solo respirado todo este tiempo, sin
haber vivido. Tú con tus amigos, tus clases, tus viajes, tus proyectos, tus
memorias, anécdotas y planes. No tendría nada que brindar a lo que ya eres, o
estar a la altura de tus estándares, por razones varias, y en más de un
sentido, no necesariamente figurativo. Sería arrogante de mi parte pensar
diferente, al menos de la manera que a veces me pongo a imaginar. No soy ajeno
a la fantasía, quizá es mi peor defecto. No obstante, sigo insistiendo en acercarme
aún cuando no soy invitado, violentando ese espacio personalísimo, esa esfera
de intimidad que celosamente guardas. Donde no siempre se concede accesos, y
recibidos, son como haber ganado un premio que uno no merece. Aunque tuviera miles de actividades para
ocupar mi tiempo, te daría prioridad sobre todas las cosas, porque disfruto de
ti y de tu compañía, más de lo que quizá pueda demostrar. Porque no necesito
justificarme que cinco minutos contigo son siempre más gratificantes que todo
un día sin ti. Sin embargo, no todos logramos ser totalmente abiertos a la
emocionalidad, porque requiere cautela. Porque un paso en falso en esos
terrenos suele ser uno de los peligros más autodestructivos que existe. Es
pirotecnia, es riesgoso. Y cuando a uno, que normalmente le falla la cordura,
la amenaza con ese estilo de utopías, es muy probable que se acentúen sus no pocos
desórdenes mentales.
Así pues, que
mostrando lo que siento, no sé si puedas comprender lo que soy. Más allá de lo
perceptible. Ya he consumido de lo vano, de lo que no dura, de lo que es de
momentos. Puedo ir por algo menos trivial y más significativo. E incluso creer
que pueda yo ser significativo en la vida de alguien. Nunca se pierde esa
esperanza. Sobre todo porque me debo respeto a mí mismo. Porque el juego
resulta confuso. Y aunque sé claramente lo que no somos, me gusta pensar que
quizá un día pueda yo gozar del hermoso privilegio de quienes han ganado,
liberalmente y sin restricciones, de ese afecto que profesas, que quizá ignoran
lo mucho que hablas de ellos, y lo importante que han sido. Que no saben que su
huella arranca sonrisas llenas de un tanto de melancolía, pero que siendo tu
pasado se hacen vigentes aun en tu presente.
¿Sabes? Al
habituarme he comenzado a sentir el temor de que la vida vuelva a cambiar para
ti, siempre impredecible, y te lleve a lugares distintos, donde finalmente
halles cualquiera cosa que sea que busques. Porque los mismos 21 días que
necesita un hábito para desarrollarse es el mismo tiempo necesario para
superarlo. Quisiera ser memorable como para sobrevivir 60 días de verano, o para
convertirme en algo más que una historia, a veces mal contada. No es temor a la
soledad. Ella y yo hemos sido buenos compañeros. Es miedo a que mi sanidad
mental claudique ante los posibles escenarios que me acosarían si me callo
estas cosas un rato más.
Pero tengo a mi
favor, o quizá en mi contra, un sinfín de vicios que han tratado de llenar esos
espacios vacios, solo para encontrar que su profundidad es mayor a cualquier
intento de sosiego. Contigo no los necesito. Sin embargo, sería cambiar unos
por otro. Y volvería al eterno ciclo de las dependencias. Porque gustosamente los
borraría de mi vida si te consumiera en la medida en que mi adicción a ti lo
demanda, pero no sería sano. Ni se me es concedido. Y lo hermoso de tu compañía
es precisamente eso, que cada cual tiene sus demonios personales, y que a veces
ellos subyugan toda facultad de raciocinio y nublan el entendimiento. Pero los
míos encuentran redención cuando tu gloria disipa mis tinieblas.
¡Tanta sinrazón
me ha embargado desde aquella noche de abril en que casualmente nos conocimos! cuando
siendo diferente del común, sobresaliste. Eres algo digno de contar. Y así te
he ido mencionando en mis conversaciones, sin ninguna etiqueta, pero con el
indiscutible fervor que me inspiras. La cuestión está en que nuestras visiones
del uno para con el otro no necesariamente pueden o deben ser complementarias.
Siento una barrera enorme de tu parte, en muchos aspectos. Contradictoria idea,
en un mundo donde la prioridad es satisfacer apetitos y pasiones. Donde nadie
está exento de culpas, pero todos, secretamente, llenos del mismo afán.
Sin embargo, y
a pesar de ello, debo decir que quiero conservarte, en tus términos y
condiciones, porque no me arriesgaré a perder lo que compartir contigo
significa en mi vida. A menos que escogieras un curso distinto, más acorde a
tus necesidades, gustos y costumbres…
-¿Crear
lazos?-preguntó el Principito.
-Así es
-confirmó el zorro- Tú para mí, no eres más que un jovencito semejante a cien
mil jovencitos. Además, no te necesito. Tampoco tú a mí. No soy para ti más que
un zorro parecido a cien mil zorros. En cambio, si me domesticas… sentiremos
necesidad uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en
el mundo.
Luego
prosiguió: -Mi vida es algo aburrida. Cazo gallinas y los hombres me cazan.
Todas las gallinas se parecen como también los hombres se parecen entre sí.
Francamente me aburro un poco. Estoy seguro que, si me domesticas, mi vida se
verá envuelta por un gran sol. Podré conocer un ruido de pasos que será bien
diferente a todos los demás. Los otros pasos me hacen correr y esconder bajo la
tierra. Pero el tuyo, sin embargo, me llamará fuera de la madriguera, como una
música.
¡Mira! ¿Puedes
ver allá a lo lejos los campos de trigo? Yo no como pan, por lo que para mí el
trigo es inútil. Los campos de trigo nada me recuerdan. ¡Es triste! Pero tú
tienes cabellos de color oro. Cuando me hayas por fin domesticado, el trigo
dorado me recordará a ti. Y amaré el sonido del viento en el trigo…
El zorro en
silencio, miró por un gran rato al Principito.
-Por favor…
¡Domestícame! -suplicó. -Lo haría, pero… no dispongo de mucho tiempo -contestó
el Principito-. Quisiera encontrar amigos y conocer muchas cosas.
-¿Sabes...? Sólo
se conocen las cosas que se domestican -afirmó el zorro-. Los hombres carecen
ya de tiempo. Compran a los mercaderes cosas ya hechas. Y… como no existen
mercaderes de amigos, es muy simple, los hombres ya no tienen amigos. Si
realmente deseas un amigo, ¡domestícame!
-Y… ¿Qué es lo
que debo hacer? -preguntó el Principito.
-Debes tener
suficiente paciencia -respondió el zorro- En un principio, te sentarás a cierta
distancia, algo lejos de mi sobre la hierba. Yo te miraré de reojo y tú no
dirás nada. La palabra suele ser fuente de malentendidos. Cada día podrás
sentarte un poco más cerca.
Al otro día el
Principito volvió: -Lo mejor es venir siempre a la misma hora -dijo el zorro-
Si sé que vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a estar feliz desde las
tres. A medida que se acerque la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro
estaré agitado e inquieto; comenzaré a descubrir el precio de la felicidad. En
cambio, si vienes a distintas horas, no sabré nunca en qué momento preparar mi
corazón… Los ritos son necesarios. -¿Qué son los ritos? -preguntó el
Principito.
-Se trata
también de algo bastante olvidado -contestó el zorro-. Es aquello que hace que
un día se diferencie de los demás, una hora de las otras horas.
Fue así como el
Principito domesticó al zorro.
Pero al
acercarse la hora de la partida:
-¡Ah!-dijo el
zorro- Voy a llorar.
-No es mi culpa
-repuso el Principito-. Tú quisiste que te domesticara, no fue mi intención
hacerte daño.
-Sí, yo quise
que me domesticaras -dijo el zorro.
-Pero dices que
llorarás.
-Sí -confirmó
el zorro.
-¿Ganas algo
entonces? -preguntó el Principito.
-Gano -aseguró
el zorro- por el color del trigo.
Luego sugirió al
Principito:
-Vuelve y
observa una vez más el jardín de rosas. Ahora comprenderás que tu rosa es única
en el mundo. Cuando vuelvas para decirme adiós, yo te regalaré un secreto.
Se dirigió el
Principito nuevamente a la rosas:
-En absoluto os
parecéis a mi rosa. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie.
Así era mi zorro antes, semejante a cien mil otros. Al hacerlo mi amigo, ahora
es único en el mundo.
Contesto la
rosa: -Cada ser humano es un universo. Amar es desear lo mejor para el otro,
aún cuando tenga motivaciones muy distintas. Amar es permitir que seas feliz,
aún cuando tu camino sea diferente al mío.
Es un
sentimiento desinteresado que nace en un donarse, es darse por completo desde
el corazón. Cuando amamos nos entregamos sin pedir nada a cambio, por el simple
y puro placer de dar. Pero es cierto también que esta entrega, este darse,
desinteresado, solo se da en el conocimiento. Solo podemos amar lo que
conocemos, porque amar implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma. Y
el alma no se indemniza. Y conocerse es justamente saber de ti, de tus alegrías,
de tu paz, pero también de tus enojos, de tus luchas, de tu error. Porque el
amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no es solo para momentos de
alegría. Amar es la confianza plena de que pase lo que pase vas a estar, no
porque me debas nada, no con posesión egoísta, sino estar, en silenciosa
compañía. Amar es saber que no te cambia el tiempo, ni las tempestades, ni mis
inviernos.
Amar es darte
un lugar en mi corazón para que te quedes como padre, madre, hermano, hijo,
amigo, y saber que en el tuyo hay un lugar para mí.
«El Principito». Antoine de
Saint-Exupéry.
La vida es a veces jodida, y a veces maravillosa, y también es muchas
otras cosas. Aunque no podamos entenderla. Y es fascinante la oportunidad que
nos brinda al cruzarnos con seres que nos llenan el corazón hasta rebosar. Nos
hace observar nuestra humanidad tan vulnerable, mortal e impermanente, sobre
todo cuando ésta se revela con mayor intensidad; sea por la nostalgia de la
despedida o la apreciación del regalo que significa cada hoy. Sea lo que fuere,
tengo ya mucho a que acudir en el catálogo de mis memorias, y una banda sonora
de lujo para armar el collage en mi cabeza. Para que en tu ausencia, temporal o
permanente, pueda encender en la luz de mis pensamientos el mismo brillo que tu
presencia me otorga. Así podría caminar lo que me queda de trecho recordando,
porque poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces. “Recordar
es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para quien tiene
corazón.” Gracias por lo que eres. Gracias por permitirme estos días a tu lado.
Por encarnar todo aquello que quisiera encontrar. Y por darme oportunidad de
tenerlo, en la medida que has considerado conveniente.
Un fuerte abrazo, y feliz viaje.
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