Heridos y contusos
Día 27.
No ha pasado nada
interesante. Nada digno de contar. Sigo extrañándote un poco. Por no decir que
te extraño cada día más. Eso no es nuevo. A veces me pregunto si vale la pena.
A veces creo que no. A veces pienso que
no importa, igual voy a seguir pensando en la falta que me haces.
Sigo recibiendo
noticias tuyas. Hasta el día que te aburras y no escribas más. Yo no tengo nada
que contar. Y mucho menos voy a arriesgarme a pasar todo un día en espera,
porque si estando cerca no me respondías, estando lejos no me atrevo a hacerlo.
Ya me he curado en salud. Difícil va a ser cuando ya no exista la
regularidad de esas breves e inocuas conversaciones ligeras. La distancia nos
cambia, inevitablemente. No sé que será distinto cuando decidas regresar. Yo no
habré cambiado en nada.
Las mañanas tienen ese sabor particular
a tristeza. Quizá porque la noche me queda fresca, y son demasiadas las veces
que me pongo a pensar. Hoy, idiotamente, recordé. Y entonces comenzaron a
atosigarme un recuerdo tras otro. No sé que me llevo a pensarte. O no quiero
reconocerlo. Son los bemoles de tener una imaginación volátil.
Y me acorde de aquella vez cuando seguramente
habíamos estado viendo una película, y yo me resistí esa vez a irme temprano.
Recuerdo era un jueves. Fue probablemente el mismo día de Ensamble. Porque todo
ese día fue especial, y digno de recordarse.
Estábamos recostados en el sofá, y
yo tenía una visión bien clara de tu rostro. Te hice cumplidos sobre tus ojos,
no por cursi o nada por el estilo, sino porque ya entonces sentía que me
iluminaban el alma. Y me contaste que eran los mismos de tu padre, a quien
conociste una vez en la vida. De cómo terminaste en el mundo de la pedagogía científica
y de tu recuerdo más viejo de infancia. Me hiciste la misma pregunta pero no
supe responder. Nunca considere mi infancia una etapa digna de recordar. Y me
retaste a encontrar en mi memoria el recuerdo más viejo que tuviera de esa época.
Honestamente aun lo busco.
¡Hablamos tanto ese día! Pudiera haber
pasado la noche entera contando historias, o aunque fuera, escuchando las tuyas.
Pero cuanto más grave sería el daño ahora, ¿no crees? Ese mismo día fue cuando pensé
que si muriera ese instante habría muerto feliz. No habría pedido mayor cosa
que estar a tu lado y que ese momento nunca se acabara. Pero ahora pienso como
Silvio Rodriguez, “Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti. Ojalá pase algo que te borre de pronto.
Una luz cegadora, un disparo de nieve, ojalá por lo menos que me lleve la
muerte, para no verte tanto, para no verte siempre, en todos los segundos… en
todas las visiones...”
Comentarios
Publicar un comentario