Cantos de sirena

Ha sido una semana larga. Dolorosa. De esas que se arrastran como una carreta de escombros, y fatigan el cuerpo. Pero más exhausta está la mente, de pensar y repensar qué hacer para engañar el paso de las horas.
No disfruto ver mis días de esta manera. A pesar de todo lo malo, excepcionalmente había una forma de evadir la realidad, a través del constante asedio y la urgencia que el trabajo implicaba. Quién sabe que habrá para mañana, para la semana que entra. Para el próximo mes. Es un agosto inusual. Hace un año tuve 15 días para no hacer nada. Hoy esa nada me acecha, me acosa, me persigue.
La semana próxima será un acertijo más de este eterno juego de adivinanzas. Se acaba una rutina que sirvió de alivio a mis ansiedades nocturnas. Pero si algo quedó claro en agosto es que fué el fin de muchas cosas. Los comienzos, he de suponer, están postdatados hasta nuevo aviso.
Viene el sábado. Y con él llegan las horas valiosas. Esas que a pesar de los recuerdos me brindan anhelada paz. Acá no los entienden, y no deben hacerlo. Es un día para no tenerlos cerca, y eso ya es una victoria personal.
Los viernes también han cambiado. Como ha ido cambiando todo. Las promesas eternas duran mes y medio. Yo no me sorprendo. Hace tiempo que nada me sorprende. Al menos gratamente.
Estos días me han servido para recordar que cosas hacía cuando no había nadie alrededor. Muchas las he rescatado. Y en eso si que nada es diferente. Yo sigo siendo el mismo, solo que ahora vuelvo a mi soledad. Era como estar prestado a una realidad distinta. Pero hoy se que esos espejismos tienen "cosas más importantes" en que pensar, hablar u ocuparse.
Yo sigo con mis trivialidades. Ellas nunca cambian. Y sigo conmigo. Yo tampoco me abandono.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito...

En libertad

Invicto