La sal que sobra en el mar

Había una vez... en que levantarse en la mañana no parecía tan difícil y sin sentido. A pesar de todo siempre habría alguien en peor situación. Venir a trabajar era generalmente una manera de distraerme, de ocuparme en algo medianamente útil. De escapar de mi celda y ver la luz del sol, y usar un grillete distinto, pero voluntario. Esos días se han ido. Hoy son la evidencia de que nuestro ánimo determina nuestra percepción del mundo. Hoy los días pasan en la más eterna de las angustias, viendo el reloj que pareciera devolverse en vez de avanzar. Ir contando horas, minutos, segundos. Con esa dolorosa certeza de que se pierden sin derecho a recuperarlos.

Recuerdo muy bien una época similar. Y aun mejor, recuerdo a lo que me llevó. Y sacudo la cabeza desechando el recuerdo, pero es tan extrañamente parecido que no hay maneras de negarlo. Me consumía en la más triste etapa de mi vida. La mas lúgubre, la más llena de errores. Como si me recriminara todas las decisiones hasta ese momento. Las que me llevaron a ese estado miserable de perderle gusto a todo. Era una lucha encarnizada contra mi mismo, y contra un entorno al que repudiaba cada vez con mayor vehemencia. Esa usual manera de no pertenecer al conglomerado. 

Hizo falta un receso largo. Un tiempo de reflexión. Pero vulnerable así como me hallaba, como me hallo, las decisiones fueron aun mas reprensibles. 

Hastiado de leer libros sobre la Revolución cubana, desde el famoso alegato de Fidel en "La historia me absolverá", el cual no niego que me pareció interesante, hasta las mas inverosímiles fábulas sobre el fenómeno Chávez en Latinoamérica. Era un estado de total alienación del pensamiento. Y no niego que por momentos de breve delirio, algo en mi tuvo disposición a creer, pero nunca a actuar sobre esa convicción, afortunadamente. Nótese además, que era mi época de neófito estudiante de Derecho, cuando me apasionaba el mundo de las leyes. Entonces, eso era el único arraigo a la realidad que vivía. Pasaba el día entero contando mis horas, para finalmente entrar por el umbral de esa, la Casa que vence las sombras, para que las mías fueran todas hacinadas en el olvido, aunque fuera por un breve momento. 

Lograba poner en pausa todas las emocionalidades, para darle cabida al universo de la razón, y sentir mayor placer en aprender que en autocompadecerme, aunque fuese un par de horas. Era sentir inspiración de lo alto, como si la sabiduría y el conocimiento formaran una nube de gloria inmarcesible al alcance de los maestros, y que gentil y generosamente compartían con nosotros, los aprendices. La facultad de Ciencias Jurídicas era para mi como el Hogwarts de las leyes. 

El volver a la realidad era siempre difícil. Al entrar al metro, volvían conmigo esas mismas sombras que había emancipado. El resto es parte de los libros sellados.

Así como entonces, hoy solo tengo una cosa a que aferrarme para no perder la cordura. Aprender francés. No le pongo la misma dedicación tal vez, pero tiene el mismo valor de abstraerme de la realidad un rato. Y cuando se acabe, el despertar será terrible.

Hace varias semanas, un consejo profesional me recomendaba disgregar mis atenciones en varias actividades, para disminuir mis niveles de ansiedad y mantenerme siempre ocupado. Pero la variedad no es mucha. No tengo tantas opciones como quisiera. Ni mucho interés en particularmente nada. 

Ya que todo ha comenzado a cambiar, supongo que el proceso inicial fue de ajuste. Como cuando la vida comienza a decantar los sedimentos de las aguas turbias,"ya vas a ver como va la misma vida a decantar la sal que sobra en el mar". Así todo se irá calmando. 





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