Ma plus belle histoire d'amour c'est vous
Hay historias
que se cuentan solas. Otras, hay que hacer un esfuerzo por mantenerlas vivas,
bien por tradición oral, o por legado escrito, pero asegurándose que perduren.
Que sin importar los embates del tiempo permanezcan inalterables, vigentes,
validas, dignas de recontarse vez tras vez, y sobre todo, sin la necesidad de
adaptarlas a tiempos más modernos, sino que su esencia sea tal que con el pasar
de los anos, continúen siendo referentes de su época.
No sé qué tipo
de historia cuente yo, pero sin duda, es una de las mejores que he documentado…
Día 34
Recuerdo esa vez
que conocí a Bárbara. Habíamos ido, como era usual esos días, al deporte. Comíamos
el menú de siempre, mirábamos la tele, y nos aburrimos de pronto. Seguro tenías
que calificar tus exámenes, y preguntaste si quería ver una película. Te dije
que prefería que escucháramos música, porque la verdad era que si me ponía a
ver una película probablemente me daría sueno. Y como sabia que la hora se
acercaba, no se me ocurría perder un minuto de ese tiempo. Comenzamos a ver los
videos de Bárbara, yo sin tener la menor idea de quién era, pero disfrutando de un
modo singular su voz grave, su estilo particular y sus melodías. Escuchar tu música
era transportarse a una época pretérita, esa que las Old souls preferimos. Esas
que siempre parecen mejores. Icono francés de los 60, presumo. Por sus atavíos y
su maquillaje, tan similar a las fotos de las jóvenes Ochoa en sus fotografías de
antaño. Que dulzura de música, inspiradora, llena de mensajes. Y lo maravilloso
era que sin entender el código, el mensaje era claro, diáfano, directo. Era la
hermosura de la música en sí misma, el mensaje de su intérprete y las notas
suaves de esas que calman el espíritu contrito. Ya estaba demasiado cerca la
hora de partir. Y todo era mágicamente entristecido por ese halo de nostalgia
que acompañan las despedidas. No sé si para todos por igual, pero esta vez
hablo de mí.
La música es
como la banda sonora de la vida. Y este ser tiene un gusto particular para
musicalizar momentos dignos de recordarse. Siente afinidad por aquella que está
cargada de mensajes. No hay ninguna que no contenga al menos una historia, por
breve y trivial, que no merezca poner más atención a lo que dicen sus letras, y
comenzar a imaginarse mundos diferentes.
Voy repasando
mentalmente ese amplio repertorio, que si bien es una ínfima parte del suyo, me
sirve para identificar en más de una oportunidad aquellas que compartimos. Aquellas
que sin querer te traen a mi memoria. Y entonces llega ese anhelo de volver a
vernos, no se exactamente para que.
Hay historias.
De todos los tipos. Las alegres, y de final feliz. Las trágicas, las breves,
las buenas y las malas. Hay las que se recuerdan, y las que no merecen
recordarse. Y hay las que queriéndose olvidar, no se olvidan.
Si tuviera la
oportunidad de ver un glimpse del futuro, haría el experimento. Intentaría
descifrar si más adelante, cuando la vida haya dejado de dar vueltas, todavía la
memoria me traiciona pensándote. Si nuestros caminos se bifurcan hacia el
horizonte, o si existe la posibilidad de conservarnos, el uno al otro, no como
un idilio eterno, sino como un privilegio de la vida, simplemente. Porque
tratar de encontrar razones, ya me frustra. Y tratar de esperar lo inesperable,
es un tanto desolador.
No existe
ninguna ley, ningún tratado, ninguna norma que indique que ciertas cosas deban
ser reciprocas. Mucho menos esta que es tan complicada. Por eso, tal vez, he
ido cediendo a la idea de que sea posible cualquier cosa que haya alguna vez
imaginado. Porque ha sido bonito conservarte a la distancia, y no sería la
primera persona en conformarse con un afecto distinto.
Por lo pronto,
espero verte siempre grande, respetado y libre.
Mi mejor historia,
la más bonita, siempre serás tú.
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