No busque más mi corazón

Hoy quiero declarar al mundo que estoy enamorado. A tal punto que creo que pocas veces en la vida se siente algo así de intenso, así de hermoso.

Para desgracia de algunos, confieso que es un hombre.

Es El Hombre. Su intelecto me apasiona y me llena de admiración. Su prosa y verso son el séptimo cielo. Su lengua francesa me excita los sentidos, y su legado, será a partir de hoy mi más preciado tesoro.

Conozcan a Charles Baudelaire. El hombre.

Me niego a creer que existan las coincidencias. De hecho, hoy la frase del día se me ha susurrado a los oídos del corazón. Decía: Nadie entra en nuestra vida por casualidad. Uno mismo les llama. Así he llamado a mi vida a Charles. He aquí el hombre.

Llegar a él fue lo más dulce de este tiempo de amargura. Y con plena honestidad puedo afirmar que hoy fue un día de hiel, como no pocos. Como esos que son ya costumbre. Como todos.

Medio día de felicidad inefable. Y una tarde de reminiscencias. De errores ya enmendados pero no redimidos. De retornos. De desencuentros. De melancolía. De fatuidad. De insanidad. De reproche. De repeticiones vanas.

Hoy admito, con sinceridad, que no cerré la puerta. O mejor aún, que volví a entrar a la cámara oculta, esa de los trastes del olvido. Y que tras salir corriendo, no puse el candado que asegura mi paz, y escuché, no complacido, los gritos secos del recuerdo, a viva voz.

No pude salir sin la infección sensorial que el espejismo me mostró al entrar. Pero salí convencido de que el lodo se lava, y desaparece. Eventualmente. Así mis vestidos, mugrientos de arrastrarme mendigando aquello que no está en oferta, quedarán inmaculados.

Y le hablaba a ese Gran Espíritu, solo por llamarlo de alguna manera, que su influencia dejó de ser cuando esta cruenta vida me mostró su punzón venenoso y me confinó a la mas eterna de las soledades. A deambular conmigo mismo. Con mis pensamientos. Con mi locura. Cuando su omnipresencia no prestó atención a mi insignificancia. Y me ignoró por completo en la isla que me exiló, mi Patmos particular.

Y abrí mis ojos y ví. Soy Juan, pero no vi cielos nuevos y tierras nuevas. Vi mi miseria, mi debilidad. Mis silencios ahogados en el bullicio de mi entorno. Mi vida que va empujada como onda en la mar, por doquier, por cualquier viento de doctrina. Y vi la bestia. De siete cabezas y diez cuernos. Y vi su nombre escrito en bermejo. Manchando mis muchas epístolas con su verbo elocuente, su astucia, su persuasión peligrosa, su flauta hipnótica. Sus engaños y estratagemas. Su influencia poderosa. Su hilo de fina seda con el cual me asfixió por largo tiempo, y de cuyos efectos aún trato, jadeando, de recobrar el aliento. Porque ya las esperanzas se desvanecieron todas. Se consumieron en el fuego abrasador que calcinó todo a cenizas.

Traté por largo tiempo de "psicologizar como los locos, que agreden su locura esforzándose por entenderla". Y nunca la entendí.

Y en el hoy, así mentalmente incapaz, me doy cuenta de que no hay manera de enderezar mi vía torcida. Pero que ya no necesito sopesar hechos ni circunstancias. Todo se ha consumado.

Volverá el sábado. Ese que hurgando la vida ajena descubri que epitetizan mi día de libertad. Y sí, es mi día de libertad. De ustedes, de ellos, de la bestia, pero no de mí.

Y al final siempre estoy yo. Yo soy. Blasfemo, pudiera pensar el piadoso. Ya nada importa.

Abrir puertas. Cerrar heridas. La máxima de mi vida hoy.

Y lo que venga, deberá estar listo. Sazonado. Sin equipajes molestos ni falsedades subyacentes.

Y si no llega, entonces que cese la vida para no sentir más los resquemores. "Ô douleur! ô douleur! Le Temps mange la vie."

"Je suis de mon cœr le vampire". Y me consumo a muerte. Pero cesad vuestra cruzada.

No busque más mi corazón. Los monstruos se lo han comido. - Charles Beauladair.

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