Y la luna se burló de mi


"No olvidadizos sino olvidadores.
Ocurre que el pasado es siempre una morada
pero no existe olvido capaz de demolerla.

Todo se hunde en la niebla del olvido
pero cuando la niebla se despeja
el olvido esta lleno de memoria."




La usual tristeza de mis mañanas. Aquella que en las noches es solo un recuerdo, y que despierta promesas de no ser recibida al día siguiente. Y que siempre encuentra un espacio para colarse.

Todos los días pienso como se puede morir de a poquito. Y me daba risa recordar esa extraña conversación de más temprano, que terminó turnándose en medio filosófica, quizá definiendo que llego a ser más que a typical hook up. A diferencia de otras gentes, yo pienso. A veces más de lo necesario. Y comentaba que mi expectativa no es alcanzar una vida longeva. Y que antes ni esperaba llegar a los 30. Y la respuesta que me dieron fue, "yo todos los días le pido a Dios más vida y salud". Cuestión de perspectiva. Imagino que hay quienes están contentos con su presente, y esperan un mejor futuro. Uno a veces se cansa de esperar. "Cada tanto muero, y aquí estoy", dice la canción.

El tiempo no se detiene. "El alma no se indemniza". ¿Qué más habrá cuando se abra la puerta del mañana? es impreciso inferir. Ambiciono que existan distintos planos metafísicos. Y que allí, toda experiencia habrá sido válida. De este segundo estado, ya no queda mucha expectativa. Y de seguir como vamos, no tendría mucho sentido. Por eso no entiendo el afán de tantos de aferrarse a una existencia eterna. An eternity of misery, como diría Damon.

Imagino que hay gente que se pone a pensar a futuro. Uno que se va desgastando de día en día, no se preocupa sino por el paso de las horas. Y de como cuesta a veces verlas pasar. En ese letargo perenne de la desidia. 

Soy un poco como todos esos personajes. Un poco como Antoine Dumas, el mas reciente que conozco. Un fotógrafo que por alguna razón ha caído en un estado de tristeza y en cierta medida en el alcoholismo. Este hombre comienza sus días totalmente deprimido, tal como lo muestra su primera aparición. Se levanta por pedazos y con esfuerzo, se ve el trabajo que le cuesta apagar la alarma del despertador. Después la cámara lo filma a él: con seguridad se quedó dormido mientras estaba bebiendo, pues tiene el pantalón puesto y no está cubierto por las cobijas; al sentarse, se toma la cabeza, y se levanta poco a poco, muy lentamente, sin levantar el rostro. Un día escucha cómo una joven interpreta a Chopin, en el edificio que está frente al suyo. Y desde ese momento, la imagen de esa chica se vuelve vital en su vida.

Antoine Dumas es un solitario, cuyo único amigo es el hijo de su vecina llamado Mateo. Su estado se corresponde con el anhelo y la esperanza: Elena, la chica que escuchó interpretando a Chopin. La relación que se crea entre Antoine y Elena, donde él siempre está al pendiente de su ventana, adherido a su imagen, y no deja de fotografiarla incluso en los momentos que parecen menos apropiados, como el instante en que el estuvo junto a ella, después de que Elena se arrojó desde el techo de su edificio. Incluso con sus manos temblando, Antoine no dejó de fotografiarla.

Quizá esta sea la fortaleza de la cinta: la construcción de un aglomerado de imágenes de una persona, que no es una modelo, como lo dice Antoine, es decir, no son fotografías prediseñadas, sino instantes captados de la vida. Es quizá como un making-of de la exposición fotográfica del final, en la que están todas las fotografías que tomó Antoine desde que conoció a Elena: desde la vez en que se arrojó del techo de su edificio, pasando por las salidas que tuvieron, y todas aquellas que tomó observándola desde su ventana.

Poco a poco se va descubriendo el personaje de Elena, tanto en la película como en las imágenes. Al comienzo, sólo aparecen sus manos; permanece oculta, no habla mucho y tiene una mirada fría, como en la secuencia en la que conoce a Antoine, después que despierta en el hospital. Pero conforme avanza la película, y va siendo captada por la cámara de Antoine y sus facetas van siendo descubiertas, ella va cobrando relevancia hasta que su presencia ya no necesita la de él, cuando se marcha a Egipto.

Elena y su compañero de exploración hacen el amor. La cámara recorre su cuerpo en primeros planos de manera acelerada, siguiendo el ritmo marcado por la música. 

Y así es el final de Elena: tras toda la película, en la que ha sido fotografiada en todas las formas, su último plano es el de ella muerta, mientras la cubren con una sábana. Y pasa lo mismo con Antoine: su último plano es una fotografía, al congelarse la imagen, porque el fotógrafo también se muestra en sus fotografías, o al menos en algunas: Julia afirma que las fotos de Elena son lo más “personal” que Antoine haya hecho. Al final, él quedó tan sobreexpuesto como Elena.

Algunas de nuestras propias fotografías son hermosas. Las tomamos con la cámara de nuestra memoria. Son también muestras de lo mas intimo y personal de nuestras vidas. También nos sobreexponen. También nos brindan nuevas oportunidades de ir descubriendo la esencia de quienes nos rodean, y de nosotros mismos.

A veces las imágenes generadas van cobrando más fuerza y se van multiplicando conforme pasa el tiempo. Se van haciendo más presente en la vida, hasta que llega a los sueños o las ensoñaciones diurnas, hasta llegar al final, en el que encontramos la suma de todas ellas. Y, en el peor de los casos, algunas de esas hermosas fotografías se velan, de distorsionan, se borran.





Se olvidan.









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