Think of me fondly, when we've said good-bye
Leí por ahí que si un escritor se enamora de ti, jamás mueres. No quisiera considerarme tal cosa, pero hago el ejercicio de ir plasmando en letras aquello que ronda en mi mente sin descanso alguno.
Si la vida fuese un poco más simple, un poco más permisiva, quizá entonces habría sido escritor. Viviría continuamente enamorado de mis letras, mis vivencias serían un legado permanente en las hojas del tiempo, y sería verdaderamente feliz. Si no hubiera escuchado a la siempre excelsa Gladys de Melo, habría seguido a mi corazón, y contado historias distintas. No me secaría detrás de este escritorio, viendo como se me marchita la vida con cada minuto. Viviría en un eterno idilio con los grandes de la literatura, y olvidaría mis muchas penas. Pero no soy escritor.
Mucho ha cambiado la vida. Mucho de lo que era, ya no es. Muchos de los que ganaron un afecto distintivo, hoy son basura mental. De esa que contamina los sentidos con acechanzas interminables, como fantasmas de un pasado que se niega a morir, aún cuando no hay espacio para nada de ello en el presente.
Me duelen las promesas vacías, y me duelen los acontecimientos que precipitaron desenlaces. Y más aun me duele la decepción de lo que nunca fue. Cada cual lleva su cuota de resentimientos, contra sí mismo, contra los otros. Los míos siempre son más contra los otros, porque poco a poco me voy perdonando los propios.
Ha habido demasiada tristeza para una sola alma sin ningún don de longanimidad. Pero ya habrá tiempo para sanar heridas. Y si es que no existe tal indulgencia, entonces sobrellevaré ausencias con la constancia del heraldo vencido en batalla, pero con la dignidad para el retiro póstumo. Porque después de todo lo vivido, ya me considero muerto. Para la vida.
Hay memorias. Muchas. Como para intentar olvidar de pronto. Y uno las conserva como flagelo, para en secreto penar con el recuerdo, y limpiar el corazón de anhelos. Pero es mejor entender que las razones son diversas para aceptar circunstancias presentes. Para ir despidiendo de una vez por todas a todos los ausentes. Que físicamente han partido, y que ya hoy no son bien recibidos, ni nos recibirían a nosotros, justificadamente. Todo converge en un hecho innegable: La vida le ha dado a cada cual su lugar.
Quisiera no extrañarlos, pero mi corazón me traiciona. Porque despojado de sus costras comenzó a latir de pronto, con la emoción fugaz de lo que yo quería creer. Hoy, convencido de mis falsas convicciones, soy yo quien los despide. Unos que se marcharon de pronto. Otros a quien yo invite a irse. Otros que quizá nunca estuvieron si quiera. Todos, al final, son parte de mi pasado.
Sin ambición del presente, no los resiento. Los libero con el amor profundo que les profesé, pero que hoy agotado, los ve girar en una esfera distinta. Ahí donde yo no tengo lugar, y donde, honestamente, yo no deseo estar. Todos cumplieron su rol en mi historia. Fueron grandemente amados, aunque de ello duden. Pero los seres como yo estamos destinados a una eterna incomprensión. Y de pronto, hasta a una eterna soledad. Hoy esa soledad ya no duele. Es parte de la resignación de cerrar ciclos. Mi tesoro mas grande son mis memorias, esas que alimento con el dulzor del buen recuerdo. Lo malo, elijo por voluntad desecharlo.
No me duelen los adioses como me duelen las ausencias. Pero cada cual cumplió su tiempo. Si se me considerase digno de algún recuerdo, halagado seré. A vosotros, los voy desconociendo hasta que se extingan en el torbellino de la vida:
Nos conocimos, nos reconocimos
Nos perdimos de vista, nos volvimos a perder de vista
Nos volvimos a encontrar, nos hicimos entrar en calor,
Luego nos separamos.
Cada cual a lo suyo, nos fuimos
En el torbellino de la vida.
Me hubiera gustado una despedida, eso si. Estoy cansado de las no despedidas. Pero así conviene.
No espero encontrarlos pronto. Tal vez ni espero encontrarlos. Pero si fuese así, en esta u otra existencia, el amor será igual de intenso, pero la sabiduría mayor. Hoy, simbólicamente, ruedo la piedra de la tumba donde yacen, embalsamados hace días con mirra y ungüentos, para preservarlos de esa pudrición a la que están destinados. Yo, por mi parte, no seguiré buscando entre los vivos a quienes han muerto. Hoy les ofrezco descanso eterno.
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