Venid a mí los que estáis trabajados y cansados
Fatigado. De tanto errar por tan largo tiempo, sin tener un norte claro. Cuando no se sabe donde llegar, no importa el camino según Dickens. La imagen mental que me recrea es una vista aérea de un caminante sobre una duna inmensa, sobre la cual el viento ha dibujado sus ondas. Sus huellas, muestra de un largo trecho. La sed, el cansancio. Y el horizonte abierto ante sí, como si fuese infinito.
He cruzado todos los límites de la cordura, y no me ufano de ello. Pero me perdono los errores cometidos, porque de los reproches no tengo más que la desdicha de revivir un pasado imborrable. Y no es mala la idea de reír un poco de sí mismo, cuando la fuerza de las aguas internas puja por desbordarse.
Mi vida es un gran garabato. Ni yo mismo la descifro. He luchado contra demonios, fantasmas, dragones, y pare usted de contar cuanto nombre he otorgado a ese monstruo interno que soy. Y en vez de buscar gendarmes para combatirlos, termino aliándome a monstruos más feroces que los míos. Para que el fin sea mucho más nefasto.
Mi mayor anhelo no es realizable. De otro modo hace ya tiempo habrían cesado todas estas penas contadas y recontadas.
Sé quien soy. Y por tratar de no serlo me he ido convirtiendo en un manojo de emociones distorsionadas. No se puede insistir en lo que sé, por propia experiencia, es una fantasía más de mi universo bizarro.
Debo saber escoger mis postrimerías.
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