Incluso las alcachofas tienen corazón
“I have trodden the winepress alone; and of the people there was none with me. … I looked, and there was none to help; and I wondered that there was none to uphold [me].”
My message today is intended for everyone, but it is directed in a special way to those who are alone or feel alone or, worse yet, feel abandoned. It can include all of us at various times in our lives. When the supporting circle around us gets smaller and smaller and smaller, our lonely journey continues, even without comfort or companionship.
[Adaptación libre de "None were with Him" by J. Holland]
El camino es largo. No tengo mas que memorias de meses intensos, donde la tristeza ha tenido su rol principal. Hoy, con mayor dolor, reconozco que ninguna de esas tristezas tenia fundamento. Fue mi grave error desmontar mis muros y recibir a viajeros de turno, cuya intención, por mas que cueste admitirlo, nunca fue quedarse.
Cada cual vive circunstancias distintas. Y cada cual considera idóneas ciertas asociaciones mientras le son favorablemente útiles. A veces no entiendo que utilidad pueda tener yo para otros, y sin embargo, tarde o temprano termino desechado, como aquello que pierde su valor o eficacia. Solo es mas de lo mismo.
Los vi venir. Y ante todas mis dudas y controles de autopreservación, les otorgue el beneficio de la duda, pensando que quizá esta vez, con la madurez de la edad adulta podría conservar algo mas que una ilusión de buenos afectos. Pero tampoco se pudo. No demostraron ser mas que amigos instantáneos, de corta duración. Quizá lo común era solo para asegurar la plena convicción, y aun con ello en mente sigo divagando sobre lo que lleva a tanta gente a fingir una tolerancia inexistente ante lo que soy, y que por sobradas razones entiendo que no sea del agrado del conglomerado. No por creerme distinto, sino por saberme particularmente inentendible.
Me han dolido sus adioses. Unos mas tácitos que otros. Y me han dolido sus ausencias, unas mas previsibles que otras. Sin embargo, en este camino de soledad, me han servido para entender que la moraleja de la historia consiste en aceptar mi propio miedo. Miedo a que este sentimiento de abandono no cese. Miedo a que los anos sigan pasando, y no exista un alma siquiera con quien pueda sentir la confianza absoluta de ser real, sin remordimiento a que conozcan tanto sobre mi porque han partido.
Ese es mi mayor temor: terminar mis días en esta misma soledad. Porque tengo la habilidad de apartar a la gente de mi vida, y convencerme que es mejor de esa manera. Y sin embargo, cada uno de los hoy ausentes lleva consigo una parte de lo que he sido, y de lo que hoy soy.
He dejado de insistirles, porque conviene para todos que el curso escogido sea el mas apropiado para nuestras almas en congoja. Y convencido de que es mejor la distancia, me duele saber que no tenga la capacidad de generar en ellos, los caídos, un ápice de sentimiento por mi no presencia. Y me digo, con un coraje relativo que se disuelve de a momentos, que yo tampoco debería extrañarlos. Y entonces creamos ese ciclo interminable de conjeturas, donde lo mas sabio es callar por el bien común.
Gente que va y gente que viene. Ya los que vienen tienen el precedente de no poder contar con mi mejor versión, porque los falsos positivos agotaron su existencia. Sin embargo, y a pesar de todo, siento agradecimiento ante la vida por lo que significaron, y por lo que junto a ellos llegue a creer, especialmente sobre mi mismo.
Hoy ya no están. A lo mejor nunca estuvieron. Pero si algo he intentado aceptar, es el hecho de que no estarán nunca mas.
Yo iré tratando de encontrar felicidad en cosas mas sutiles, como mis logros en francés, el saludo de Nieve al llegar a la casa, el sabor del fondant de chocolate de Mangia, muy al estilo de Amelie Poulain:
“Amélie no tenía un hombre en su vida, lo habían intentado pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres: hundir la mano en un saco de legumbres, partir el caramelo quemado de la Creme Brule con la cucharilla y hacer rebotar las piedras en el canal Saint Marthin.”
Hasta el día que pasee en motocicleta... por las calles de París
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