A rush of blood to the head
Sabía que pasaría. Que algún día la tómbola que es la vida giraría en mi contra y te encontraría. Grandiosas las casualidades que me llevaron a caminar por la acera contigua, porque habría sido devastador tener que mirarte a los ojos. Pienso que habrías cruzado la calle para no toparte conmigo. Alguna manera de escabullirte habrías encontrado. Mejor fue que quizá ambos, queriéndolo o no, hayamos pretendido no reconocernos.
Pensé que cuando sucediese no sentiría tristeza, pensé que toda emoción quedaba ya desarraigada. Pero creo haberme equivocado. Quizá tu ni siquiera me viste. Pero yo, honestamente, te buscaba. De otro modo no hubiera sido para mi tan fácil reconocerte a distancia, y abrumarme con esa explosión de adrenalina que me nubló por segundos, sentir esa contracción en el estómago y esa tristeza instantánea que vino luego. Era verte después de tantos días. Y revivir cada palabra que consumó ese final inentendible de aquello que tortuosamente me llenó de alegrías vanas. Vaya oxímoron, tal como siempre fuimos, o más bien, yo fui.
Y lo sorpresivo es notar que aún me llevas a esa tristeza. Aún mi corazón reconoce como es no tenerte, como siempre fue, y ahora ser desconocidos. Tu por una acera, yo en la otra.
Tu que vienes. Yo que voy. Jamás en el mismo rumbo, jamás encontrándonos, sino perdidos.
Ver tu rostro de lejos fue revivir su cercanía. Verte partir, de espaldas, es reconocer como somos ahora. No distinto a lo que fue, pero con la melancolía de saberte para siempre lejano.
Tal vez el adiós nunca llegue. Y a lo mejor yo absurdamente lo necesito para cerrar este ciclo de mi vida.
Me dió tristeza verte como siempre, a manos llenas de lo que el dinero te compra, pero en dirección a la soledad de tu vida. A ese que fue refugio de mis propias soledades, y que como siempre tu dispones para tus visitas. Tu "sitio". Donde yo era recibido con frecuencia, ya no sé si en beneplácito o en resignación a ser la última opción, aquella que podía, y bien lo sabes, ofrecer todo lo que yo era, menos la satisfacción a la banalidad de tus ansiedades. Yo, el juez. Lo siento por mis juicios. Honestamente lo siento. No tengo la potestad, pero es mi hábito.
Así fue verte. Así fue no verte. No encontrate habiéndote reencontrado. Y verte caminar lejos, hoy sin ninguna cosa en común.
Hay adioses que nunca llegan. Y aún así, hay despedidas que son para siempre.
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