Cent fois, sans toi

Típico domingo. De esos llenos de memoria, de ganas, de tristeza. De extrañarte. Y lo digo solo por si al destino se le ocurre que tu leas estas líneas alguna vez. Imbecilidades mías.
No se agota tu recuerdo en mi memoria. Está esculpido en piedra, como dispuesto a perdurar per secula seculorum. No sé si es esta soledad apabullante la que te llama incesantemente. No sé si tu energía merma de que yo te invoque en mis pensamientos.

Ya es tiempo que esta infatuación de descanso a tu alma, y deje de perturbar la mía, ya bastante atribulada. Pero pasan los días y tu recuerdo no se borra. Parece insistir en quedarse para siempre, invadiendo cada rincón de mi cabeza, transubstanciando todo lo que fuiste y aún eres para mí, en ese ser omnipresente que yo adoro en la más pagana de mis actitudes, y que representa ese cielo inalcanzable, y ese infierno merecido al cual he sido relegado para purgar tu recuerdo, que parece impreso en cada pensamiento, que desde que recobro la consciencia hasta que mis ojos se cargan de sueño, me acompaña en mi eterna solitud. Y mis onirismos son aún mas evidentes porque en ellos tu presencia parece innegablemente real, como si nunca te fuiste.

Así eres para mí un pensamiento diario, constante, desde las laudes de mis días hasta que la obscuridad y yo te despedimos, solo por un breve momento, para reencontrarte al alba.
Debe sentirse bien ser tú. No sentirse acechado por un recuerdo. No sentirse atado a miles de memorias. Continuar la vida como siempre, como si nada. Eso para mi también es admirable. No dejarse apabullar por un vacío que no llena nada ni nadie. Tratar de explicártelo sería inútil, puesto que no confío que haya en tu vida suceso semejante que te permita identificarte. Pero algo similar es lo que estar sin ti ha sido para mí.

Y es que razón de tanto desequilibrio yace en el hecho de que de la nada, fuiste mi todo. Y ocupaste todos mis espacios. Por ello, tu ausencia es tan vasta y profunda. Unos días más, y otros mucho más. Y luego esta el hoy, en el que ni la siesta me permitió tu fantasma.

Me devolví en el tiempo, a aquel día en que te conocí. Y de nuestra despedida. Tu en los escalones de la plaza, la incomodidad de no saber tal vez como decir ese adiós, y yo ya prendado de tu mirada. No sé bien que nos dijimos, pero si recuerdo que no pude contener ese cumplido que tu, en un gesto de afecto, respondiste con una caricia en mi frente.

Ese es el día que Christine and the queens me hará siempre recordar. Y hasta hoy, escuchar esa canción es recordar nuestra primera conversación. Y todas las demás.

Tal vez si no hubieras sido parte de todos mis días, si yo no hubiera destinado ese espacio intocable para ti, no llegaría la tarde y me seguirías haciendo falta. Tal vez.

Tal vez si hubiera aceptado que no éramos más que una historia breve, hoy no sentiría esta falta inmensa que me haces.

Tal vez si esa noche en que escribiste si quería tomar algo hubiera dicho que no, y me hubiera quedado en mi miseria de ese día, o hubiera acudido a aquella nefasta cita previa, hoy éstas líneas no se escribirían. Tal vez.

Si hubieras seguido siendo aquél enigma yo seguiría siendo el mismo de antes. O quizá peor. Y definitivamente no tendría este dolor de tu ausencia, porque tu presencia no existiría. Pero existes. Para siempre.

Un nuevo comienzo no cambiará nada. En lo profundo de mi memoria te recuerdo dulcemente.

Cien veces, sin ti.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito...

En libertad

Invicto