Puedo escribir los versos más tristes esta noche
Algunos días parecen inexplicablemente destinados a ser tristes. O quizá es una predisposición natural, o una costumbre ya arraigada. No sabría precisarlo con exactitud. Pero si puedo decir que aquello de que las personas que más ríen tienen las más grandes tristezas, puede que sea cierto. Hoy hubo mucho de risas. Podría mostrar una realidad distorsionada: Hacerlos creer que Juan no tiene cosa alguna que le perturbe. Más los hechos, esos sucesos que componen nuestra percepción del ahora, son silenciosamente distintos.
Hoy el cansancio me ganó la batalla. O digamos que me era necesario esa brevísima desconexión que el sueño proporciona. Siguen rondando esas ganas de huir. Las que se soslayan momentáneamente entre el ajetreo de los días. Ajetreo que solo se traduce en levantarse a la misma rutina vacía, caminar entre el tiempo como si fuera un espeso caldo, grueso y pegajoso, que impide avanzar con rapidez. Pero avanzar es metafórico, porque aunque uno realice la moción, no existe dirección alguna. Es ir hacia la nada. Es como no moverse.
Daphne tiene la dejadez de lo sustituto. Y para ella no debe ser más que el motivo que arruina sus sábados en la mañana. Ella ignora que su miseria es la única alegría no fingida de Juan. El único destello de vida que queda en un cuerpo muerto, la única emoción no desgastada. Y sin embargo, todo aquello no disminuye esa chispa de novedad que cada sábado representa. A pesar de que todavía quedan demasiadas hojas muertas en el jardín de mis memorias. Demasiadas.
Hay que liberar el peso de los recuerdos. Que a pesar de los días, ya meses, siguen rondando como dementores, acechando mi poca cordura, alimentando mis miedos, exacerbando mis vergüenzas, anulando mis esperanzas. Pero no deja de ser real que aún existen como un purgatorio personal de culpas y decepciones. Propias y ajenas.
No quisiera que pensaras jamás que solo tu fuiste amigo. Créeme, conozco el dolor de ser amigo sólo, y es aún peor que enamorarse sólo. Ya otro capítulo puede escribirse sobre eso. Tu comprenderás que todo el tema guarda relación. Sin embargo, he estado pensando sobre mi imagen externa, la que percibe la gente. E inevitablemente me cuestiono sobre quien pensaste que era antes de todo este bullicio. Y cómo lo contrastas con ese nuevo yo que formaste a último minuto, el que perdura hasta hoy. Y luego me autocomoadezco con la crudeza del pensamiento más realista que produce mi corteza cerebral: usted ni siquiera piensa en mí. Hoy no soy más que un hombre semejante a cualquier otro hombre. Tu para mí aún eres como el zorro, único en el mundo. Como mi rosa. Me haces responsable para siempre. Solo que yo sí fui domesticado. A usted parece que nadie le hubiera domesticado. Al menos, estoy seguro, yo no lo hice. Y vaya que era mi deseo más íntimo. El más genuino. Y el más irrealizable de todos los que jamas he tenido.
Hoy estoy aquí. He vuelto a mi cárcel de siempre. A esas paredes que conozco. A las penumbras que me son familiares. A conocer el paso de las horas por el reflejo del sol que se deja colar por la ventana. A las tardes cálidas, las noches largas, las mañanas breves. A los pensamientos que rebotan sobre los muros, a los gritos silenciosos. A las fábulas. A los viajes que según me enseñaste puedo hacer desde acá, desde mi prisión. Esta vez parece que es eterna. Esta vez no habrá indultos, ni sobreseimientos, ni amnistías. Esta vez es cadena perpetua.
Tú, sé libre.
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