Yo no olvido al año viejo
Escribo estas líneas al son de canciones de Frèro Delavega. Ellos tienen la particularidad de transportarme a un espacio de tranquilidad inusual, además de deleitarme con su sonido suave y su francés perfectamente enunciado.
Terminó 2015. Lo empaqué en una bolsa y traté de deshacerme de el con respeto, pero con ganas de que se llevara todo lo que trajo consigo. Ese mismo día de fin de año me pesaba demasiado un recuerdo particular. Ese que arrastro como un grillete de la memoria. El que se calma de a raticos, pero siempre vuelve como un intermitente dolor de muelas. Solo que lo que duele es el corazón.
Ayer vi una entrevista donde el entrevistado decía que uno debe estar alegre de que el corazón duela, pues es señal de estar vivo. Y yo creo estar más vivo que nunca.
Ya no tengo sino recuerdos. Demasiados. O tal vez no tantos sino que se repiten en la grilla de mis pensamientos con demasiada periodicidad. Y sigo en este absurdo cuestionamiento de no saber si cesarán de rondarme alguna vez, porque ya no los necesito. Porque me comen el corazón a pedacitos cada día que pasa.
No sé si este tipo de tristezas se cura. Será el tiempo quien lo diga. Han pasado tres días del 2016 y yo sigo repasando ese 2015 que dividió todo en un antes y un después.
Yo no olvido el año viejo, porque me ha dejado cosas muy buenas...
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