La douleur exquise

Vuelvo. Hoy, después de muchos días, he decidido dedicar unas líneas a la nada. A ese lector desconocido, que no existe, pero que es fiel confidente de mis periplos emocionales, impredecibles como son, o más bien eternamente repetitivos.

He leído mucho estos días de silencio. He pensado, y he dejado de pensar. O al menos de la forma en la que insistía hacerlo. A veces me cruzo con pensamientos extraños. Profundas meditaciones que logro en el silencio de cada paso, esos viernes vacíos. Sobre todo los viernes, malditos viernes de los recuerdos. Aquellos que fueron y que ya no serán. Y más que todo, aquél, que desordenó todo para que cada pieza encajara finalmente en el lugar que la realidad ameritaba. Una especie de teoría del caos según la cual se organizó la vida de acuerdo al hoy, con demasiada crudeza tal vez, pero con imperante necesidad.

La douleur exquise es una expresión en francés referida a aquél dolor que causa querer a alguien inalcanzable, según entiendo. Ese amor que es imposible pero no por ello, menos real.
Los días siguen pasando, como pasan cuando las cosas no tienen mucho sentido, diría Cortázar. Hay una mezcla de melancolía, quizá perpetua, con esa sensación de que lo peor ha pasado, y la seguridad de que las cosas son como son y definitivamente, como serán. Con todas las esperanzas muertas y finalmente en paz con la idea de que la historia no quedó en suspenso. Que no hay ni habrá regreso.
Y justamente luego de lograr cierta conciliación conmigo mismo, con las circunstancias y con los hechos, vuelven las metrallas del recuerdo a acribillar mi agonizante razón de cuando en vez, como ha sido desde siempre, solo que hoy ya menos dispuesto al llanto que causa la ausencia.

Poco a poco uno pierde esa capacidad de sentir, y todo importa cada día menos. Hasta que finalmente no importe nada en lo absoluto.

Desde el teremin hasta soudade. Desde Tanita a pouppées russes. Del día 0 al día D. Huir se comprobó inútil. Aceptar, lo más sensato. Y el registro perfecto de esas últimas palabras, que puedo distinguir con espeluznante precisión, y recrear su tono, su textura, su dolor si se quiere. Pero sobre todo, me permite guardar celosamente ese vestigio de ti, y con ello colorear todas las conversaciones que si valieron la pena. Las que atesoro en el sagrario de mis recuerdos.

Aprendí que haberse distanciado de alguien que se cree amigo, sin importar los por qué, no implica que se deba dejar de querer. Que sin considerar las razones, la falta de la cotidianidad y aún la inexistente comunicación, esos vínculos no están destinados a morir, ni a convertirse en sentimientos malos, siquiera. Y así escojo guardarte. Convencido ya que tu recuerdo es para siempre, debo convivir con ello desde mi amor por ti, bendiciendo tu camino aún en la distancia, física y sentimental. 

Aunque hoy seas esa memoria borrosa de días de plena felicidad, siempre, por mis propios errores, fue mas doloroso la nitidez de tu presencia a migajas. Al menos hoy sé que tu ausencia es total y es completa. 

Oh, la douleur exquise. Esa que viene de pensar que fuiste, eres y serás.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito...

En libertad

Invicto