Préstamos literarios (I) - Elvira Sastre
Coincidencialmente hallé un fragmento de lo que me ha parecido ser una joya poética. Y debo admitir con absoluta franqueza que no sé si todo el que vive una historia similar piensa y siente de igual forma. Pero leer el siguiente poema me hizo sentir como si mi pasado reciente se proyectara como una película, y encontrar misteriosamente que las líneas que escribe el autor son las mismas que quisiera expresar pero no he podido plasmarlas con la misma belleza. Por ello, he dado inicio a lo que he titulado préstamos literarios, una serie de escritos o fragmentos cuya propiedad intelectual es ajena, pero con los cuales siento una poderosa afinidad. He comenzado por citar a la poetisa Elvira Sastre, desconociendo si es en realidad la autora de las líneas que más abajo presento. Hay al menos un escrito mas que he querido compartir, y que a su tiempo lo haré a través de esta ventana a mi mundo silencioso. Espero que de una manera u otra, algun dia quien viene a mi mente cuando lo leo pueda disfrutarlo también. Quizá entonces pueda hacerle saber muchos por qué sin respuesta...
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Hablamos tanto de la lluvia que un trueno
acabó atravesándome la garganta y tuve que escapar.
Tu vida o tu corazón, me dijo alguien, quiero
pasar mi vida en el suyo, le dije yo, pero
eso no era posible, era tan imposible como un amor platónico cumplido, como tú
y yo cumplidos, como tú, como pedirte que te quedaras después o vinieras antes,
como mantenerte al otro lado de la calle viéndote por la noche sin poder
tocarte y no consumirme en el esfuerzo de querer tu imposibilidad al lado de mi
almohada, como negarte a ti y no negarme a mí en el intento… como fingir que no estás detrás de cada
palabra que me perturba, como pretender saber no echarte de menos y
conseguirlo, como asentir creyendo que es cierto eso de que es el frío el que
hace las ausencias más largas cuando ahora la única que existe es la tuya en
medio de este incendio de cenizas.
Te acabas de ir y tus ruidos ya se escuchan
por las noches. Era tan imposible -tan imposible como pedirte que te quedaras conmigo-.
La tormenta me sorprendió contigo en la
mirada, lanzando botellas al mar llenas de besos que nunca llegaban, que se extraviaban, que se
equivocaban de puerto, que se rompían intentando llegar a mi boca y confundían
mis barcos y me llenaban de cristales los labios que, pegados a la ventana, congelados,
solo esperaban verte aparecer.
Y entonces un día me dejé vencer, olvidé
dónde buscarte, comencé a despegar tus nudillos de mis pulmones, me eché la sal
de tu sudor perdido en los ojos, prohibí tu olor en mis domingos y escribí
todos los antónimos de tu nombre en mis ventrículos, si no te olvido a ti no
les olvidaré a ellos, y al final lo único que quedó fue un miedo tan inmenso
como inconfesable y un deseo.
Solo quería marcharme de ahí y dejar de
esperarnos, irme lejos, pensando que lejos es donde no estás, sin darme cuenta
de que donde realmente estás es en mí, y que no te irás hasta que yo lo decida.
Pero empezaba a tener frío y tú no venías a
curármelo, así que tuve que pedirte sin decírtelo que me volvieras a dejar en
tierra y siguieras con tu vuelo, pero antes quise hablarte del cielo que te
rodea, de que cuando hablas realmente creo que los relojes carecen de sentido si
no es para pararlos y escucharte un rato más -solo un ratito más, lo juro-, que
tuve todos los continentes en mis bolsillos después de tu abrazo, porque cuando
tú respiras el mundo, a veces, se paraliza, y otras, en cambio, se tambalea, pero
eso es algo que solo entendemos los que hemos visto a la poesía perder las
comillas.
Que tu risa astilla las penas y que aunque
nos encontráramos en medio de una guerra que por no querer luchar terminamos
perdiendo, encontré la paz en tus maullidos, y fuiste algo así como volver a
casa por primera vez después de perder mil batallas en la espalda.
Quise decirte que mi papel siempre se
redujo a contemplarte desde lejos y volverte tinta.
Que pudimos, y aunque no fuimos, siempre
seremos -ojalá entiendas eso-, y por eso te llevaré conmigo siempre.
Que ojalá la huida hubiera sido de tu cama
a la mía, que ojalá la lucha se hubiera reducido a morderte las caderas y no a
este cansancio lleno de ojeras mudas.
Que ojalá volviera a verte cada invierno de
mi vida y vieras que contigo nunca tuve prisa, porque conocerte es viajar y
besar dulce y lento un día de invierno lleno de frío por fuera y de amor por
dentro.
Y que ojalá sonrías, y no te culpes ni te
castigues: tú cambias vidas, pero no destinos.
—
Llovimos tanto que me ahogué - Elvira
Sastre
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