Regalo de cumpleaños
Quisiera poder decirte mirandote a los ojos lo mucho que extraño nuestras horas juntos. Que pasan los días y recuerdo cada instante como si el tiempo fuera constante, y no este cúmulo de horas vacías llenas de tu silencio.
Me siento idiota esperando una palabra que sane todos mis males, cuando sé que ya está todo dicho. Y espero por un encuentro que sería incómodo al menos para mí, pero que me perturba en pensamientos que no cesan. Solo para resignarme al hecho de que ya no existes sino en ese fragmento de vida que fuimos al no ser nada.
No hay propósito para encontrarte, ni utilidad en recibirte. Y las esperanzas de que suceda son cada día más vanas y menos factibles. Igual carecería de cualquier finalidad, puesto que hemos probado que son más los desaciertos que los lugares comunes entre tu vida y la mía.
Me aferro a tu memoria, aún presente como si hubieras partido por tan solo un instante. Como evadiendo la realidad de tu huida, o de la mía, quien sabe.
Prometí borrarte de mi mundo gris, pero inconscientemente me aferro a tu memoria como ancla que me ata al pasado. Alli donde tu abrazo era puerto seguro, donde tus palabras endulzaban el alma y tu compañía redimía todos mis demonios. Hasta que mi infierno les quedó pequeño, y escaparon, destruyéndolo todo a su paso.
Allí donde todo faltaba, llene con idealismos los moldes de mi vida. Y alli donde solo hubo indiferencia le di abrigo al fantasma de un imposible. Y como droga te necesité hasta el ultimo día, y aún te remplazo con placer autodestrictivo, casi tan dañino como tu misma presencia siempre a medias, siempre cautelosa, siempre comedida. Pero nunca plena.
Y sin embargo, reconocidos los daños infligidos sigo anhelando que algún día, tarde o temprano, puedas darle absolución a mi alma.
Tu regreso sería un deseo cumplido. Pero alzar el vuelo y partir de mi vida me daría paz entre tanta tormenta. Pero tu barco fondeado en el puerto de mis memorias solo trae dolor y desdicha.
Treinta y dos años me bastan para saber que te amé con la pureza de un corazón herido. Y que defectuoso como soy para conservar lo bueno de mi vida, hoy mi mejor regalo sería tenerte. Pero estoy convencido que debo dejarte ir.
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