La habitación de mis recuerdos.
"Una de las cosas que aprendí en mis años de mayor locura fue que uno podía estar en una habitación, con paredes, ventanas con barrotes y puertas cerradas con llave, rodeado de otras personas locas, o incluso metido en una celda de aislamiento a solas, sin que esa fuera, de hecho, la habitación en que uno estaba. La habitación que uno habitaba de verdad la componían la memoria, las relaciones y los acontecimientos, toda clase de fuerzas invisibles. A veces delirios, a veces alucinaciones, a veces deseos. A veces sueños y esperanzas, o ambición. A veces rabias. Eso era lo importante: reconocer siempre donde estaban las paredes reales."
No sé que es más injusto. Si estar despierto sin razón a las cuatro de la madrugada, o tener que despertar temprano como si hubiera dormido toda la noche. O robar alguna pertenencia ajena, a fingir un sentimiento inexistente. O desvelarme pensando en ello, y darme cuenta que solo a mi me persigue ese fantasma.
Mis recuerdos son como preciosas gemas que guardo en el sagrario de mis pensamientos. De vez en cuando alguna que otra se escapa. Y me revuelve la vida completa como si alguna cosa en el presente cambiara por evocarlas.
Hay heridas. De una profundidad tal, que ni siquiera un año después parecen haber sanado. Y recuerdos. De esos hay tantos como para llenar mil libros de mil páginas al anverso y al reverso. Y un corazón pusilánime, cobarde y débil que no da fin de una vez por todas a tanta tristeza callada por más de 365 días con sus largas y dolorosas noches.
Recuerdo ese viaje a la Guaira como si hubiera sido ayer. El tráfico propio de un asueto me mantenía cautivo, y en mi memoria un play back interminable de aquello que en cuestión de horas llegaste a convertirte. Quizá como presagio de estas horas baldías, cuando el brillo de tus ojos aún enciende todas las luces de mi alma, aún cuando permaneces en la oscuridad de mis recuerdos.
Ese 30 de abril de 2015 no sentía temor, mas que de mi mismo. De que mi plática aburrida salpicara tu manera tan jovial de ver la vida. De que mi tristeza silente gritara en tus oídos todas mis desilusiones. De que me vieras como era, y como soy.
Han pasado tantos días. Te he pensado tantas noches. Y aún no encuentro la manera, no de dejarte libre, porque siempre lo has sido, sino de liberarme de ti, y de este sentimiento impropio, caduco, y terriblemente doloroso. De olvidar el sabor de tus besos, o la calidez de tus abrazos. O la paz de tu sola presencia, calmando el vendaval interno que azota mi vida aún antes de que llegaras.
Mis desvelos tienen tu nombre. Y mis lágrimas, si las juntara, formarían un río que corre hasta tus pies. Tal vez así llegaría hasta ti. Aún en esa lejanía absurda que me ha desterrado a un valle de desolación. Donde guardo tu luto, hasta que la locura me gane la batalla.
No hay motivos para creer que tu me tengas presente alguna vez. Pero en la cárcel de mis pensamientos, en las paredes que enclaustran mi alegría, eres mi delirio, mi alucinación y mi deseo. Y entre esas paredes estoy destinado a morir, o a continuar viviendo como si ya hubiese muerto.
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