Reminiscencias
Puede que no haya paseo más dulce que ese. Quien lo vive día a día me llamará loco. Pero hay tantas cosas que lo hacen particular para mí que lo matizan de colores que ni Pantone ha registrado. Sí, eso lo aprendí de mis viajes también. Hoy rememoraba aquellas experiencias de mi niñez cuando ese mismo viaje era por carretera, pero iba impregnado de una emoción similar. No por la misma causa, pero igualmente grata. Viajar a Cúa era comer melcochas, o heladitos. Dormir en ese cuarto de ventanas altas que daban a la calle. Despertarse con el olor a arepa recién horneada, caraotas y carne mechada que Nanita cocinaba para el batallón, y de quien no recuerdo sino sus cabellos blancos trenzados, porque siempre estaba frente al fogón. Ver a Bonifacio alimentar las gallinas en el patio trasero, y secretamente enamorarse de sus ojos azules y su fina estampa de aristócrata europeo. Que Vestalia se sentara en el saguán...