Reminiscencias
Puede que no haya paseo más dulce que ese. Quien lo vive día a día me llamará loco. Pero hay tantas cosas que lo hacen particular para mí que lo matizan de colores que ni Pantone ha registrado. Sí, eso lo aprendí de mis viajes también.
Hoy rememoraba aquellas experiencias de mi niñez cuando ese mismo viaje era por carretera, pero iba impregnado de una emoción similar. No por la misma causa, pero igualmente grata.
Viajar a Cúa era comer melcochas, o heladitos. Dormir en ese cuarto de ventanas altas que daban a la calle. Despertarse con el olor a arepa recién horneada, caraotas y carne mechada que Nanita cocinaba para el batallón, y de quien no recuerdo sino sus cabellos blancos trenzados, porque siempre estaba frente al fogón. Ver a Bonifacio alimentar las gallinas en el patio trasero, y secretamente enamorarse de sus ojos azules y su fina estampa de aristócrata europeo. Que Vestalia se sentara en el saguán a hablar quien sabe que cosas que mi infantil mente ni atendía. Esa vida tranquila, que mi memoria registra más como emociones que como recuerdos.
Hoy los viajes son sobre las vías de un moderno ferrocarril, (moderno, a pesar de todas las opiniones y costumbres). Y yo me emociono de la misma forma, sin saber por qué, cuando el verdor de las colinas me confirma que he arribado y estoy próximo a mi destino. Y sobre esos rieles he pensado muchas cosas, muchas veces. Porque si escribiera libros no alcanzara la tinta, pero los pensamientos son materia que se transforma.
Y así bien, el Tuy huele a vida distinta. Quizá también rememoro momentos gratos de otros lugares similares, cuyo punto en común es otorgarme libertad de ser feliz. Con todas sus letras. Sin temor de exacerbarlo o magnificarlo deliberadamente.
A veces me pregunto con incesante curiosidad si existes tal como mis ojos te ven, o si te he fabricado según mi propia receta. Por qué me importa todo y de repente no me importa nada. Por qué me olvido de todo lo malo cuando estoy contigo. Por qué no existe más nada en mi mente cuando tú estás.
¿Te he impuesto unilateralmente una carga pesada? No lo veas como una obligación. Es mi manera de ver el mundo. Y te confieso que a veces siento miedo. De que todo este furor de sentimientos me lleve al colapso. De que sabiéndome inexplicablemente débil ante tí, un día no te encuentre. Pero sacudo la cabeza para despejar ese estupor y recordarme que estás.
No sé si es lo que eres, o como eres. Tu gracia física indiscutible, tus facciones perfectamente delineadas, simétricamente dibujadas, la suavidad de tu piel. El sabor de tus besos. El olor de tu cabello. El color de tus ojos, el calor de tu aliento. El rubor de tus labios. Tu sonrisa. Tu carácter indómito como un eterno rival. Tus ambigüedades. Tus palabras enunciadas. Tu intelecto sagaz. Tu manera confiada de no darme importancia. Tus momentos de afecto y tus rechazos que desangran. Tus palabras filosas. Tu no necesitar. Tu mundo secreto de ambivalencias. Tu arrogancia. Tu infantilismo. Tú.
Todo lo que me gusta y todo lo que no, pero que me subyuga como reo indefenso. Porque con una palabra construyes mi mundo, y lo desvaneces si así lo deseas. Pero es el todo en su conjunto lo que yo considero. Lo que me hace falta. Lo que hace que la vida se sienta breve cuando estoy contigo, y eterna cuando ya te has ido.
No. No quiero ser tu todo. Ni subsumir tu vida a que estés a mi lado. Quiero que vueles. Alto. Pero que sientas ganas de volver. Y que de alguna manera en ello sientas paz. Quiero saberte grande, respetado y libre. Y que si hay batallas que debas luchar, pueda yo ser bastión de tus guerras.
No es fácil armar tanta palabrería. No siempre puedo demostrar para no apabullarte. Pero aún cuando menos lo parece, es cuando más te quiero.
No vemos la vida con el mismo cristal. Tu eres más razón que pasión. Yo sigo emocionándome contigo. No como al principio. Pero con más seguridad. Como al volver de Choroní. Como en Navidad. Como en Galipán. Como esa tarde en la playa donde sentado a tu lado con el arruyo del mar sentí que eras la felicidad. Esa felicidad que conocí con sabor a golfeado una tarde de octubre. Y que se convirtió en almuerzos cotidianos que me resolvían el hambre pero aún más, me daban de tu presencia.
Hemos ido avanzando, aunque a veces parece que retrocedemos. Pero a mi me gusta pensar de a dos, porque ya te cuento como parte de mi vida. Y me es más ameno compartir en la escacez, que ser mezquino en la abundancia. Quisiera darte más que tiempo o dolores de cabeza. Quisiera que supieras que mi incondicionalidad a ti no la discuto. Que me astilla el alma escucharte decir que solo cuentas contigo. Que tratar de aliviarte penas temporales es mero intento de ver tu sonrisa sin que la realidad la empañe. Que tu mereces más y mejor. Pero me conservas a mí, tal como soy.
Me has llenado la vida de momentos bonitos. Y si me equivocare, y un día tus caminos no son mis caminos, lloraré como la india Carú, pero me abrazaré a la eternidad de lo que hoy siento, y no muere.
He vivido algunas cosas para llegar a ti. No soy experto en artes y ciencias para la vida, pero me he ido disfrutando este viaje contigo. Cada día me creo más afortunado de tener tu compañía. Y ante las nubes que se ciernen, tu paraguas de uno buscará acomodo para ambos, porque así me has enseñado.
Hoy el día duró lo justo. Y mi corazón rebosó de alegría por tenerte cerquita. Y aunque no quise irme, había sido más que suficiente para hacerme entender que es virtuoso dar espacio a la expectativa de una próxima vez.
Te amo.
Releer esto es revivir demasiadas cosas. Todas ciertas de mi parte.
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