A broken heart, a contrite spirit.
Anhelo la paz del silencio. Porque los pensamientos acribillan como metrallas, y hay palabras que resuenan como murmullos eternos, aturdiendo la mente y atribulando el espíritu. Quizá es lo que llamas mortificarse. Envenenarse la vida con la ponzoña mental de lo dicho, repasando una y otra vez el dolor de la honestidad.
Siento angustia. No tanto de verte partir como de mi ante tu ausencia. Acostumbrarse a lo nuevo es un esfuerzo diario, es un retroceder constante tratando de culminar cada jornada airoso en dicha empresa. Y al final, hay que asumirlo, cuesta casi la vida reajustar las velas para volver a navegar en dirección correcta.
Medicamente existen los corazones rotos, aprendí de James Talmage hace algunos años. Intensa agonía mental puede causar que sangre se acumule en el pericardio al romperse las paredes del musculo por estrés, emociones punzantes de dolor o alegría, y una intensa lucha espiritual. No es descabellado que la metáfora mas común de todas sea hablar de corazones rotos en circunstancias como esta.
Veo pasar las horas en un letargo indescriptible. Con recelo de lo que viene, pero al mismo tiempo ansioso por consumarlo. Porque habiendo recorrido este camino antes, es mas sabio afrontarlo sin dilación que postergarlo, y con ello alargar la congoja.
Es un desafío personal reacomodarlo todo a una nueva realidad. Donde nada me gusta, y donde la incertidumbre se enseñorea de cualquier convicción que ya hoy es nula de toda nulidad. El miedo es una emoción paralizante, y el cambio es lo único constante en la vida.
Tres meses bastaron para cambiar paradigmas. No cambia el sentimiento, pero lo definen las circunstancias. Hoy tengo menos de lo que quise, pero mas de lo que pude pedir. Y me conozco bien este camino. Pero la vida no se detiene por nada.
Escribo porque se me acumulan los pensamientos. No, no son epístolas banales llenas de cursileria. Son mi manera de desahogar. A algunos les parece retorica barata. A mi, mi mejor ejercicio catártico para no perecer en la locura.
Todos necesitamos que alguien nos mire. Seria posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir.
La primera categoría anhela la mirada de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del publico.
La segunda categoría la forman los que necesitan para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Son mas felices que los de la primera categoría quienes, cuando pierden a su publico, tiene la sensación de que en el salón de su vida de ha apagado la luz. A todos ellos les sucede esto alguna vez. En cambio, las personas de la segunda categoría siempre consiguen alguna de esas miradas.
Luego esta la tercera categoría, los que necesitan de la mirada de la persona amada. Su situación es igual de peligrosa que los de la primera categoría. Aluna vez se cerraran los ojos de la persona amada y en el salón se hará la oscuridad.
Y hay también una cuarta categoría, la mas preciada, la de quienes viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes. Son los soñadores.
So much for my happy ending...
Siento angustia. No tanto de verte partir como de mi ante tu ausencia. Acostumbrarse a lo nuevo es un esfuerzo diario, es un retroceder constante tratando de culminar cada jornada airoso en dicha empresa. Y al final, hay que asumirlo, cuesta casi la vida reajustar las velas para volver a navegar en dirección correcta.
Medicamente existen los corazones rotos, aprendí de James Talmage hace algunos años. Intensa agonía mental puede causar que sangre se acumule en el pericardio al romperse las paredes del musculo por estrés, emociones punzantes de dolor o alegría, y una intensa lucha espiritual. No es descabellado que la metáfora mas común de todas sea hablar de corazones rotos en circunstancias como esta.
Veo pasar las horas en un letargo indescriptible. Con recelo de lo que viene, pero al mismo tiempo ansioso por consumarlo. Porque habiendo recorrido este camino antes, es mas sabio afrontarlo sin dilación que postergarlo, y con ello alargar la congoja.
Es un desafío personal reacomodarlo todo a una nueva realidad. Donde nada me gusta, y donde la incertidumbre se enseñorea de cualquier convicción que ya hoy es nula de toda nulidad. El miedo es una emoción paralizante, y el cambio es lo único constante en la vida.
Tres meses bastaron para cambiar paradigmas. No cambia el sentimiento, pero lo definen las circunstancias. Hoy tengo menos de lo que quise, pero mas de lo que pude pedir. Y me conozco bien este camino. Pero la vida no se detiene por nada.
Escribo porque se me acumulan los pensamientos. No, no son epístolas banales llenas de cursileria. Son mi manera de desahogar. A algunos les parece retorica barata. A mi, mi mejor ejercicio catártico para no perecer en la locura.
Todos necesitamos que alguien nos mire. Seria posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir.
La primera categoría anhela la mirada de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del publico.
La segunda categoría la forman los que necesitan para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Son mas felices que los de la primera categoría quienes, cuando pierden a su publico, tiene la sensación de que en el salón de su vida de ha apagado la luz. A todos ellos les sucede esto alguna vez. En cambio, las personas de la segunda categoría siempre consiguen alguna de esas miradas.
Luego esta la tercera categoría, los que necesitan de la mirada de la persona amada. Su situación es igual de peligrosa que los de la primera categoría. Aluna vez se cerraran los ojos de la persona amada y en el salón se hará la oscuridad.
Y hay también una cuarta categoría, la mas preciada, la de quienes viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes. Son los soñadores.
So much for my happy ending...
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