Heridas

"Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo"

Todos hemos vivido experiencias de gran angustia espiritual. En algún momento creo que todas las personas se sienten, así como yo, agobiados por un pesar inexplicable que va consumiendo. No importan las razones. A veces son tan profundamente inconscientes que no tiene sentido intentar averiguar los por qué,  y todo redunda en un interminable ciclo de autoflagelación.

No es tanto cuestión de actitud. Es un proceso real que solo quien lo ha vivido podría empáticamente reconocer. James Talmage explica en su obra Jesús, El Cristo que ese nivel de angustia, miedo, tristeza y unos cuantos procesos emocionales mas complejos llevaron a Jesus a un estado de tensión tal, que sudaba gotas de sangre:

"No fue el dolor físico, ni la angustia mental solamente, lo que lo hizo padecer tan intenso tormento que produjo una emanación de sangre de cada poro, sino una agonía espiritual del alma que sólo Dios era capaz de conocer. Ningún otro hombre, no importa cuan poderosa hubiera sido su fuerza de resistencia física o mental, podría haber padecido en tal forma, porque su organismo humano hubiera sucumbido, y un síncope le habría causado la pérdida del conocimiento y ocasionado la muerte anhelada."

Según Talmage, para Cristo la muerte no era lo que generaba su aflicción. Era otro tipo de dolor. Porque, explica el autor, la muerte era voluntaria, y mas bien un proceso de liberación.
No tengo yo poder alguno sobre la muerte, pero tampoco me infunde temor. Y en cada oportunidad que llego al sótano de mis lamentos, ronda incesantemente su oferta redentora. No es sentirse un eterno suicida, es anhelar trascender este plano y liberar las cargas. Para mí son visiones distintas.
No se puede caminar por la vida con tristezas inexplicables.

Hay sucesos varios que pudieran haber pavimentado el camino a esta miseria emocional. Pero sería poco honesto de mi parte no reconocerme como un psicótico en perenne depresión, con una habilidad inigualable de mostrar que es mas sonora la risa que la profundidad de los dolores.

Pero ¿qué duele? ¿dónde está la herida que no sana? Pues como en busca de respuesta entro en la librería. Leo sinopsis de cualquier título interesante. Y me tropiezo con uno que se escapa de mi memoria, pero cuyo prefacio es redactado por un reconocido "maestro espiritual" por así decirlo. Carlos Fraga explicando, o mas bien explicándome, que todos tenemos heridas, independientemente de nuestras circunstancias. Y comienzo a pensar en todo aquello, porque en mi laberinto personal he visto las vendas ensangrentadas pero jamas la herida misma. He sentido su dolor, pero no sé donde se encuentra. Pensaba que ya reconocerla era bastante inteligente. E indago, pensando en sus palabras, de qué habla, y como puedo sanarla. Y encuentro esto:

"Si bien una dependencia emocional no está catalogada como una psicopatología, es un problema tan común y tan destructivo para la propia estima que termina arruinando cualquier intento de relación afectiva, dejando daños y muchos escombros.

Es importante destacar que vivimos una cultura altamente adictiva, todos tenemos, por lo menos una adicción, lícita o no, hacia algo o alguien. Entendiendo adicción, como algo que ante lo cual perdemos el control y que lo necesitamos, sin mayor posibilidad de contenernos. Así, nos volvemos adictos al gimnasio, al café, cigarrillo, dulce, fiesta, sexo, compañía, pareja, carro, etc.

Quizás, la raíz fundamental de esto radica en nuestra crianza, donde fuimos invisibles emocionalmente ante los seres que más nos amaron y que se suponía, quisieron lo mejor para nosotros. Aclaro que esto no es culpa de nadie específicamente, simplemente ellos también fueron invisibles emocionalmente para sus adultos, padres y maestros y en esta cadena cultural fuimos arrastrados.

Cuando nuestra emocionalidad pasa desapercibida, nos vemos obligados a obviarla en nosotros, lo que hace que vivamos en una búsqueda, por demás infructuosa, de algo o alguien que nos prometa llenarla, reestablecerla o, por lo menos, tomarla en cuenta. De allí los placebos dados por la gama inmensa que la cultura nos pone a la mano para, por momentos, simular la sensación de amor y plenitud.

Cuando no tenemos una relación clara y amorosa con nosotros mismos; cuando no nos amamos, cuando no escuchamos los gritos de ese niño herido e ignorado, entonces no hay un sueño más perfecto que el desear que un amor, trabajo, negocio, proyecto, comida o vicio venga en rescate de nuestra alma, ya seca de tanto gritar.

En estas condiciones nos enamoramos, lo damos todo, por lo menos aquello que podemos, ahogamos a la otra persona, despertando en ella su propio miedo a fallar y de volver a su vacío, generando entonces, heridas por doquier.

En este punto se abren tres posibles opciones:

Consolarse duramente pensando que el mundo es malo y no tuvimos suerte o tino en nuestras escogencias. Así continuaremos la red de desaciertos a ver si podemos, pero con demasiadas heridas encima para algún día acertar.

Cerramos nuestras rejas afectivas y nos vamos secando jugando a logros mundanos, pero con una cosa, algo perversa como meta: la supuesta tranquilidad.

La posibilidad de detenernos en nosotros y con ayuda efectiva y afectiva, darnos cuenta de que ya es la hora de retomarnos, camino nada fácil pero les aseguro que posible.

Es importante destacar que el “trabajo del amor” al que tanto me refiero, requiere de otros tres componentes fundamentales:

1) Aceptar nuestra gran tristeza y desolación interna

2) Rendirse ante nuestra dificultad de reemprender el camino solos, es importante pedir ayuda y buscarla.

3) Saber que el camino es largo y de mucho trabajo, pero cada centímetro conquistado nos regalará la sonrisa soñada.

Disculpen que eche mano de esta especie de manual que no es, ni mi estilo, ni mi gusto pero que me permite cumplir lo que me he propuesto como tarea: generar una reflexión y un movimiento."

Pues señor Fraga, Ud sacudió mi existencia, no solo la movió.

Creo que es símbolo de madurez reconocerme indefenso ante las armas de mi yo interno. Abatido por circunstancias que tiendo a pensar si son causa o consecuencia, pero ciertamente son un patrón de conducta, dañina y perjudicial para quien soy.

Por muchas de esas carencias emocionales, con las que me identifico en mas de una, no soy tan hábilmente equilibrado cuando la soledad apuñala el espíritu. Y me preguntaba por qué insistir en cuestiones que son aparentemente claras pero que me rehuso a abandonar. Por miedos. Porque son llenura momentánea, pero es mas cómodo que el vacío que oprime.

Es más complicado para explicar. Soy en esencia una persona, no sé si compleja o complicada, o ambas a la vez.

No creo tener elementos convincentes y suficientes para emprender ningún viaje acompañado. Porque un proceso de descubrimiento sería letal para cualquier persona que llegue a ser centro de mis alteraciones emocionales. Quererlo todo y no querer nada. Esperar de otros más de lo necesario, y el consecuente sabotage de que nunca es suficiente, porque no es en la medida irracional de uno mismo.

No es entonces querer o estar preparado. Es estar inhabilitado para hacerlo. Porque mientras uno no se supere, y sus flaquezas, no hay nada valioso que brindar, porque mientras la despensa propia esta vacía no se puede intentar llenar otra, mucho menos robar esa provisión. Pero en mi caso, es mendigarla. Es obsesivamente obligarse a esperar que ofrezcan las dádivas y tomarlas, pocas o nada, porque es mejor que no sentirse digno de recibirlas.

Me gusta pensar. En ciertas ocasiones es contraproducente. Mis caminatas se convierten en viajes interestelares entre galaxias infinitas dentro de mi mente. Pienso las cosas más inverosímiles. Pienso las cosas que digo, las que voy a hacer y de las que en ocasiones escribo. Todas son ideas que han cruzado mi mente. A veces pienso mundos diversos, donde finalmente soy quien quiero ser. Donde tengo abundancia material y plenitud espiritual. Donde he creado mis nuevas rutinas, donde soy plenamente independiente. Donde me siento en un café conmigo mismo, en una ciudad segura, donde corre el río bajo un puente hermoso, y la templanza de la tarde tranquiliza, no agobia. Donde la arquitectura embellece el paisaje. Donde el frío vespertino requiere una bufanda gruesa y un sobretodo, y la noche se ilumina con faroles de luz amarilla poco a poco. Donde salgo del trabajo y no deambulo para evadir, sino llego a donde quiero, cuando quiero. Donde no hay small talk ni explicaciones, donde no me aburre el bullicio de los otros.

Y pensaba. Que no por seguir alguna filosofía en particular hay un hecho que creo cierto: la vida va resultando excesivamente cruel para terminar de pronto. Por tanto, es necesario para mí creer que luego de ésta existencia habrán otras. Y en esas encarnaciones espirituales conservará uno su propia esencia. Solo que esta vez habrá sabiduría suficiente para entender que todo sufrimiento tendrá su justa compensación en otra etapa. Y que como a golpes de cincel, el alma se irá moldeando para encajar en su nuevo cuerpo, renovado y listo para aprovechar su recompensa. No ir acumulando frustración innecesariamente, sino refinando el espíritu y forjando el carácter. Así, en nuevas oportunidades, habrá experiencia suficiente para comprender aquello que hoy resulta incomprensible. Y vivir todo lo que apreciamos como si se nos negara en este acto primero de nuestra eterna existencia.

Llega la noche llena de su silente agobio. Comienzan a acumularse las penas que se amainan durante el día. Aunque ayer y hoy, por vía de excepción, las emociones han rebosado todo aforo a plena luz del día. Es como si cualquier esbozo de fortaleza de diluye a medida que pasan las horas. No hace falta ya luchar. Es como morir cien veces, mil veces. Y en cada breve resurrección viene mas fuerte la melancolía.

Que mecanismos utiliza la mente para no sucumbir de pronto, no lo sé. Pareciera como si miles de procesos complicados hacen colapsar  todo el sistema, se alcanzan puntos críticos, se encienden luces de alarma,  y a la mañana siguiente todo comienza otra vez, se ejecutan todos los algoritmos de nuevo, como si nada.

La gravedad de la crisis suele medirse en número de colillas de cigarrillos acumuladas. Pocos comprenden cuanta autodestrucción contemplan, pero cuanto ayudan a suprimir cualquier descalabro de la mente: ira, llanto, apetito, y desolación. No es coincidencia que Ana Gabriel le converse a su cigarrillo sus penas de amor. Son capaces de consumir casi cualquier pena.

Debería existir algún mecanismo de alivio de la presión en el pecho. Una válvula de escape que equilibrara los litros de atmósfera entre el mundo externo y el Krypton interno que va implosionando, que se va derrumbando con el paso de las horas.

Una necesidad de apagar las voces que resuenan, de asumir con convicción que en la mas absoluta soledad del alma las multitudes sobran. Que baje el telón, y la función termine, al menos por hoy.

Este cuento no acaba. Hasta que vencido el monstruo todo vuelva a la paz. Hasta que todos los horocruxes sean reunidos. El problema es encontrar donde han sido escondidos. O aceptar de plena consciencia que, donde están hoy, son absolutamente letales.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito...

En libertad

Invicto