Le jour Vingt-et-Un
Esta historia es cíclica, repetitiva. Un tanto aburrida si lo desea.
Para otros quizá. Para mí ha sido un buen condimento para mis días sin sabor. Porque
cierto toque de emoción es necesario para que los sentidos no se adormezcan
ante la deshumanización que nos gobierna.
En otra entrada cite a Benedetti, y hoy quiero rescatarlo:
“Que nadie quiere estar solo.
Que para no estar solo hay que dar.
Que para dar debimos recibir antes.
Que para que nos den también hay que saber cómo pedir.
Que saber pedir no es regalarse.
Que regalarse es en definitiva no quererse.
Que para que nos quieran debemos demostrar qué somos…
Que se siente con el cuerpo y la mente.
Que cuesta ser sensible y no herirse.
Que herirse no es desangrarse.
Que para no ser heridos levantamos muros.
Que quien siembra muros no recoge nada.
Que casi todos somos albañiles de muros.
Que sería mejor construir puentes.
Que sobre ellos se va a la otra orilla y también se vuelve.
Que volver no implica retroceder.
Que retroceder también puede ser avanzar…”
En ese ir y venir estoy yo cada día. Destruyendo el puente y volviéndolo
a construir. Como con cascaras de huevo, como dice la canción, para que no
cueste tanto cuando se caiga de una vez por todas. Y en esa visión negativa de
la vida me resguardo. Ese es mi muro. Cada quien construye el suyo con sus
propios miedos. Ese, sencillamente, es el mío. El pesimismo clásico de quien se
antecede a los hechos, augurando que en algún punto todo lo bueno deje de ser. Así
no habría remordimientos. Y era una de las leyes de vida que siempre
practicaba. Pero hasta el maestro mas experimentado tiene métodos falibles.
Porque crear vínculos es la manera más humana de ser infeliz.
En un punto de mi vida aprendí ante las circunstancias que todo afecto
es pasajero. Que estaba en un lugar por un determinado tiempo y que debía mantener
en mente siempre disfrutar esos “hoy” porque el mañana llegaría, y no había tiempo
para sentimentalismo. Porque la primera vez fueron tan dolorosos los adioses que
no podía permitirme semejante descalabro emocional. Y así fue creciendo esa corteza más dura para
recubrir los vestigios de un corazón fácil de persuadir. Y fue más llevadero. Así
hizo menos falta saber de casa, y comenzar a vivir lo que en las cartas
llamaban el supuesto desarraigo. Y si lo observamos con el conocimiento presente,
era como apagar la humanidad. No había tiempo para los apegos. Que muchos de
esos afectos perduran en el presente, es cierto. Y otros, como es de suponer,
se han diluido en el pasar del tiempo.
Era una máxima de vida. Pasar por la vida de las personas sin que
ellas necesariamente pasaran por la mía, al menos más que momentáneamente.
Y tenía tiempísimo que no me pasaba.
Pero con este ser ha sido un tanto excepcional. Quizá por su enorme
capacidad de ser encantador, a lo mejor hasta sin la intención de serlo.
Y me pregunto, ¿que hace que luego de 21 días de ausencia, aun me
pase ratos pensando y recordando todo lo vivido? ¿Qué extraño poder de persuasión
puede tener una persona, no menos humana que el resto, y sin embargo,
sobrenaturalmente investida de una magia inexplicable de mantenerme atado a un
recuerdo de fugaz… bliss? (No hay palabra en espanol que se acerque más).
Es quien es, y la manera como encaja perfectamente en el molde de mi
ideal, de lo que debería ser. Porque después de tanto tratar de hacer cosas
distintas, era más un absurdo intento de listar defectos, y de asegurarme mi
eterna soledad. Hasta que conocerlo a él fue una ardua tarea para no convencerme
de la perfección humana, más si de su perfectibilidad. Era en sí, sentir que
aquella leyenda del hilo rojo del destino era cierta, y que lo veía con mis
propios ojos.
Si la precisión mental para recordar existe, puedo describir sin
temor a equivocarme lo que he denominado el “día 0”. Y quizá no tenga los
mismos elementos para describir los subsiguientes, pero si hiciera el ejercicio
mental lo lograría, estoy seguro. Desde el 1 hasta el 62. Y los 21 de ausencia que
han dolido hasta la madre.
Me gustaba pensar que ojos que no ven, corazón que no siente. Y no
fue así. Podía asegurar que en su ausencia todo sentimiento confuso se convertiría
en un buen recuerdo de tiempos de refrigerio, pero se fue transformando en ese “te
extraño” que silentemente guardo, aunque a veces, de manera sutil, lo
verbalice.
Para los detractores, Coelho es un mercader de la literatura. No me
considero su fan más enérgico, pero confieso que he leído algunas de sus obras.
En mi adolescencia y juventud me parecieron entretenidas, y en mi adultez, me
han servido para evocar, y buscar semejanzas entre lo que vivo y lo que mis fantasías
me han hecho creer.
“A orillas del río Piedra me senté y lloré” es la historia de Pilar
y un amigo de su infancia, que es ahora seminarista, con el cual se reencuentra
y va descubriendo un sentimiento que siempre existió pero que ahora se expresa
de una forma distinta. Ellos inician un viaje desde España y se dirigen al
Santuario de Lourdes… en Francia… y allí se debaten sobre tomar un camino en común.
Pilar comienza a relatarnos su historia a orillas del río. Siendo
muy amigos, se habían separado. Él se va de la ciudad porque quería recorrer el
mundo y ella, tiempo después, debe irse para continuar sus estudios superiores.
Ellos seguían manteniendo contacto por carta, hasta que un día Pilar recibió
una invitación de su amigo a una conferencia en Madrid. Cuando se ven, afloran
sus sentimientos escondidos, los mismos
que no querían reconocer en un principio. Es entonces cuando inician un largo
viaje en el que les cambia la vida. Él poseía el don de curar, pero estaba
enamorado de su amiga y empieza a dudar con respecto al camino que había
elegido. Pilar tiene miedo de afrontar sus sentimientos, ya que no quería
sufrir. Antes que él tomara una decisión, ella huye atemorizada ante una
respuesta que no quería oír. Se le aconseja que se desahogue escribiendo su
historia en un papel y que lo arroje cuando termine a las aguas del río, porque
decían que lo que caía allí se convertía en piedra. El final es feliz, sin
embargo.
Así pues, son 21 de 60. Si para el otro hemisferio son completamente
normales, no me sorprende. A pocos metros también son días más felices.
Yo sigo mi cuenta… C’est le jour un, c’est le celui qu'on retient. Celui
qui s'efface quand tu me remplaces…
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