Si tu me olvidas, te olvidaré... hasta el día que regreses


Día 18.
Aun huyo de mi mismo.  Cada vez más convencido de que no puedo llegar suficientemente lejos sin que aquello de lo que trato de alejarme me alcance. Y vaya si trato de correr. Pero es como esos sueños donde por más que lo intentas parece cada vez más difícil.
Y le he dado vueltas a todo. Lo he desarmado y lo he vuelto a armar. Y todavía no me doy una razón convincente para creer. O un argumento válido para entender. Pero sigo sintiendo. Entonces supongo que no es cuestión de razón, sino de emoción. Y aunque pasen 1000 dias, en mi memoria de elefante podría recrear perfectamente el dia 0, el dia 1, y todo el desbarajuste que le sigue. Creo que si el dia 0 fue determinante, el dia 1 fue definitivo. Y son esas las imágenes que me van atormentando. No por ser malos recuerdos, sino porque al mejor estilo de “Intensamente”, esos momentos crearon pensamientos centrales.

 ”En la cinta se muestra el modo en que las emociones modifican las memorias, y también a un personaje fundamental de la película: Tristeza. Cuando esta emoción, a la que la carismática alegría tiene que arrastrar de un lado a otro, toca los recuerdos, estos se vuelven azules y más tristes. Además de convertir recuerdos alegres en tristes, la tristeza como emoción desempeña otras funciones útiles para el ser humano y así se refleja en la película. El psicólogo australiano Joseph Forgas considera que, pese a que históricamente se ha considerado una emoción que se debe evitar, la presencia de la tristeza en los humanos indica que debe ofrecer alguna ventaja evolutiva. La cinta nos propone asumir todas las emociones, así como la tristeza, necesaria para afrontar las pérdidas, colocarlas en el lugar adecuado de nuestra experiencia y seguir creciendo hasta ser unos adultos más o menos felices.”
Esto es una especie de cuento de nunca acabar. Donde un día pretendo que nada me cuesta y al siguiente me cuesta todo el doble. Irle perdiendo interés a todo, excepto a aquello que mantiene vivo ese recuerdo. Innecesario como es, estéril, inapropiado. Pero de alguna forma lo único que me sirve para no saberme inerte ante la vida.
Si alguien supiera lo que pasa en mi cabeza, entendería esos efectos especiales que le dan calidad única a las imágenes que alimentan mi memoria. De haber pensado que valdría la pena aunque fuera por una vez hacer algo distinto, a convertirlo en algo extraordinario. Y del misterio de no conocer su rostro, y la grata sorpresa de que fuera agradable, tal vez no para otros, pero si para mí. Y de ir descubriendo misterios poquito a poco, de encontrar en esos ojos una emoción poco diáfana, pero una calidez singular. Y su sonrisa sincera. Y su tono de voz agradable al oído, del que tantas historias he escuchado. Y así fui construyendo a esa especie de superhéroe emocional, quien en el momento en que estaba quizás más próximo a una destrucción inminente, vino a salvarme de mi mismo. No porque tenga los meritos, ni siquiera las cualidades tal vez, sino porque en la oscuridad de mis días más tristes el trajo luz.
Siempre pensé que las películas eran poco realistas. Que nadie conocía a otra persona y enseguida podía sentir o crear un lazo distintivo, un vínculo particular. Pero fue algo instantáneo no sé si para ambos o solo para mí. Lo cierto es que Christine and the Queens marca un hito en el comienzo del relato.
A partir de allí hay mucha trama. Un capitulo distinto cada día. Y como en todo seriado, hay capítulos muy buenos, unos no tanto, y otros que uno ni siquiera sabe por qué están dentro de la narración.
Pero a fin de cuentas, lo determinante es quién es y en que se ha convertido. Y cómo van pasando los días, que se hacen eternos, y nada parece atenuarse en mi memoria. Continua ahí, con vida, como resistiéndose a ser exorcizado.
Cuando secretamente lo extraño, y estoy a punto de darme por vencido, aparece como siempre. Y reaviva las más absurdas ilusiones. Y así ha sido desde siempre. No necesariamente porque exista la misma necesidad de su parte, pero allí cualquier presunción es vana. No encuentro motivos suficientes para que ello suceda, y sin embargo, me alegra que sea así. Y así me voy encadenando a una espera infantil, a una manera particular de demostrar afecto, que por más ínfima que parezca, es combustible suficiente para hacer ignición a todas mis hipótesis. Para desmantelar todo y dejarme recogiendo pieza por pieza, para que cuanto todo se ensamble de nuevo, en la precariedad que se logre, vuelva con un solo toque a volverlo mierda.
Y en ese ir y venir se nos pasan los días. Para que dándole la vuelta a todo, despersonalizándolo de la mejor manera que la sintaxis permite, solo logre decir “por acá todavía se te extraña un poco” y sentir que hasta el centro de la tierra tiembla tan solo por un “por acá también”.
Sé de tristezas. Sé de nostalgias. Sé de ganas de vernos. Pero sé también que las unilateralidades son perniciosas en asuntos del corazón.
Usted ha sido el precursor. Usted va mostrando el camino. Ojala lo traiga de vuelta, aunque sea con los mismos silencios, incluso las mismas angustias. Porque es más fácil saberlo cerca que no saberlo. Yo por lo pronto, sigo encadenado a no olvidar.

“¿Te das cuenta de que te extraño? Pese a mi capacidad de adaptación, que no es poca, ésta es una de las faltas a las que ni mi ánimo ni mi cuerpo se han acostumbrado. Al menos, hasta hoy. ¿Llegaré a habituarme? No lo creo. ¿Vos te habituaste?” 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito...

En libertad

Invicto