La huida
Entender que las cosas casi siempre suceden de la mejor manera no es tarea fácil para ninguno. Sobre todo porque existe una común disposición a querer algo distinto la mayoría de las veces. Pero como el tiempo es sabio, y las coincidencias nunca son tales, solo queda esperar pacientemente para que las historias que uno va escribiendo puedan dar giros impredecibles y uno pueda continuar la marcha sin tanto contratiempo, y en el mejor de los casos, plantear desenlaces. Porque toda historia, buena o mala, según juzgue el lector, debe tener epílogos.
Pienso que la mía no tuvo el mejor, pero tras varios intentos fallidos, era en cierto modo necesario que fuera un final abierto, donde nunca se sabe con certeza, y se infieren miles de situaciones diversas, adaptables a lo que fue la historia en si, pero nunca mas allá de la propia percepción del lector.
Mi caso no es diferente. Pero me siento un tanto satisfecho de que así sea. Porque nos empecinamos en alargar una historia ya muerta, y los capítulos eran repetitivos, carentes de esa emoción que nos engancho en principio, tal vez porque la trama se volvió predecible, o simplemente los mismos personajes dejaron de ser creíbles. O mas bien, se volvieron tan reales que discordaron con todo ese idealismo que una vez marcó la historia que contaban.
A veces hay que huir, y no marcharse. Porque una huida es mas intempestiva, silente, sin dar razones. Mientras que la despedida implica una justificación, y dar por enterado a otro de donde se va luego, y si se quiere, dejar abierta una posibilidad de futuro contacto, aunque por sabidas razones, pocas veces se mantenga. Por tanto, huir es mas aceptable que marcharse.
Sobre todo, habría que tomar en cuenta que huir no es siempre negativo, al menos para el que huye. Porque puede hacerse en el mas alto espíritu de autopreservación. Física, moral, espiritual, psicológica, y sobre todo emocional. Porque cuando se sabe que por voluntad propia quizá las cosas no dejarían de ser, hay revoluciones que se hacen necesarias, hay cambios que la vida exige y que conoce que uno no esta dispuesto a hacer.
Entonces, hay que catalizar el proceso. Consciente o inconscientemente. Pero asegurándose que la reacción llegue a feliz termino, y que el rendimiento sea estequiométricamente medido luego.
Hay silencios justificados. Hay actitudes de sobra para ser leídas e interpretadas con el juicio correcto, y, definitivamente, son a lugar las objeciones. Sin embargo, así conviene. Entonces, de cierta forma, fue un plan magistralmente orquestado, pero cuyo resultado, mas allá del ponderado, ha venido a ser la serendipia mas inteligente que la vida pudo presentar. Porque, reitero, cuando uno no se quiere ir, pero sabe que debe, es mejor que el detonante de las acciones jamás sea cuestionado.
Uno va sacando las cuentas mentales de lo que gana y lo que pierde. Pero después de perder tanto, bien vale intentar ganar. Aunque sea por puro wishful thinking. Y si en 31 anos de respiraciones continuas el aliento no ha faltado jamas, no vamos a empezar ahora con disneas artificiales. Anhelo, con sinceridad, que esta vez cese todo aquello que no es, para no seguir recriminando todo lo que no pudo ser.
Así, hasta hora, huyo. De aquello. De esto. De mi.
Y si soy sabio, cosa que no he demostrado ser, no habrá retorno.
"Je vois par la fenêtre. Ce que l'on aurait pû être"
Pienso que la mía no tuvo el mejor, pero tras varios intentos fallidos, era en cierto modo necesario que fuera un final abierto, donde nunca se sabe con certeza, y se infieren miles de situaciones diversas, adaptables a lo que fue la historia en si, pero nunca mas allá de la propia percepción del lector.
Mi caso no es diferente. Pero me siento un tanto satisfecho de que así sea. Porque nos empecinamos en alargar una historia ya muerta, y los capítulos eran repetitivos, carentes de esa emoción que nos engancho en principio, tal vez porque la trama se volvió predecible, o simplemente los mismos personajes dejaron de ser creíbles. O mas bien, se volvieron tan reales que discordaron con todo ese idealismo que una vez marcó la historia que contaban.
A veces hay que huir, y no marcharse. Porque una huida es mas intempestiva, silente, sin dar razones. Mientras que la despedida implica una justificación, y dar por enterado a otro de donde se va luego, y si se quiere, dejar abierta una posibilidad de futuro contacto, aunque por sabidas razones, pocas veces se mantenga. Por tanto, huir es mas aceptable que marcharse.
Sobre todo, habría que tomar en cuenta que huir no es siempre negativo, al menos para el que huye. Porque puede hacerse en el mas alto espíritu de autopreservación. Física, moral, espiritual, psicológica, y sobre todo emocional. Porque cuando se sabe que por voluntad propia quizá las cosas no dejarían de ser, hay revoluciones que se hacen necesarias, hay cambios que la vida exige y que conoce que uno no esta dispuesto a hacer.
Entonces, hay que catalizar el proceso. Consciente o inconscientemente. Pero asegurándose que la reacción llegue a feliz termino, y que el rendimiento sea estequiométricamente medido luego.
Hay silencios justificados. Hay actitudes de sobra para ser leídas e interpretadas con el juicio correcto, y, definitivamente, son a lugar las objeciones. Sin embargo, así conviene. Entonces, de cierta forma, fue un plan magistralmente orquestado, pero cuyo resultado, mas allá del ponderado, ha venido a ser la serendipia mas inteligente que la vida pudo presentar. Porque, reitero, cuando uno no se quiere ir, pero sabe que debe, es mejor que el detonante de las acciones jamás sea cuestionado.
Uno va sacando las cuentas mentales de lo que gana y lo que pierde. Pero después de perder tanto, bien vale intentar ganar. Aunque sea por puro wishful thinking. Y si en 31 anos de respiraciones continuas el aliento no ha faltado jamas, no vamos a empezar ahora con disneas artificiales. Anhelo, con sinceridad, que esta vez cese todo aquello que no es, para no seguir recriminando todo lo que no pudo ser.
Así, hasta hora, huyo. De aquello. De esto. De mi.
Y si soy sabio, cosa que no he demostrado ser, no habrá retorno.
"Je vois par la fenêtre. Ce que l'on aurait pû être"
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